viernes, 4 de agosto de 2017

Acabo en el Cabo

Recomendado para tomar mientras se lee este cuento: grappamiel con licor de café.

El mar era la música, banda sonora integrada por mantras de olas y viento. Planeaban las gaviotas en un equilibrio perfecto, delante del marco que formaban los postigos de madera rústica frente a mí. La chica del hostel pasó por mi lado y le pedí otro té con limón, exquisito, y se me antojó un sándwich de jamón y queso al verlo en la única mesa ocupada además de la mía. Dos chicas de unos veintitantos desayunaban tras sus lentes de sol, prácticamente en silencio. Pregunté si se podía fumar,
ignorando completamente el cartel que indicaba claramente que no, y la moza con un guiño me respondió – Como tantas cosas, no se debe, pero poder se puede – Una ola con aires de grandeza y exceso de protagonismo reventó contra las rocas y me sacó del sopor en el que me había sumergido por segundos, pero que me permitió recordar una noche completa apenas culminada un par de horas atrás.

Me encontré sin saber muy bien cómo en un fogón, a escasos metros de la playa. Rodeando el fuego gente de diversos países compartía cervezas y vino, en el preámbulo de lo que sería un improvisado show al son de guitarra, bongós y voces del mundo entero. Tuve el honor y el placer de tocar y cantar varias veces, por momentos al frente de la guitarra y mostrando mis propias canciones, otras, acompañando al músico de turno con el bongó. Finalizado dicho encuentro me perdí en la oscuridad de la noche, interrumpida tan sólo cinco veces por minuto por la luz del faro, recostándome en la arena para escuchar el mar y llenarme los ojos con la luz de las miles de estrellan que brillaban para mí. Mis pupilas, con el paso de los minutos, se fueron dilatando y acostumbrándose a la negrura , hasta que desde la orilla la vi venir. No la esperaba, no pretendía más de aquella noche que ya me había dado muchas satisfacciones. La morocha caminaba con paso firme hacia mí, empapada en noctilucas y agua salada, bañada por la luna y las estrellas. Cada doce segundos el Faro la mostraba completa, y me permitía redescubrir que se movía completamente desnuda. Dudé si verdaderamente era ella, que suele mostrarse tranquila, reservada. La noche, con el paso de las horas, me permitiría conocer una nueva faceta, una mujer oculta, mucho más salvaje, animal e instintiva, que me clavó las uñas en la espalda mientras gemía en mi oído. Pude caminar desnudo por la playa, llevándola trepada en mí, completamente encastrada en mi cuerpo y aferrada a mi espalda y mi cadera. El agua de la playa Sur del Cabo Polonio nos recibió con la luna de color naranja hundiéndose en el horizonte, como yo me hundía sin reparo en sus secretos más ocultos.

Una ola con aires de grandeza y exceso de protagonismo reventó contra las rocas y me sacó del sopor en el que me había sumergido por segundos. La moza me trajo el segundo té con un aroma delicioso, pero que en nada podía compararse al de aquel alter-ego femenino que pude degustar una noche en la playa, valiéndome de cuatro de mis cinco sentidos para disfrutarla, salvo cada doce segundos en los que el faro voyeurista se permitía espiar y me permitía mirar.

viernes, 17 de marzo de 2017

El ídolo

Lala es de las mujeres más sensuales que conozco, tiene un cuerpo maravilloso y un misterio en la mirada que me invita a querer recorrerla por completo cada vez que la veo. Apenas unos centímetros más baja que yo, portando una apetitosa boca y un par de tetas que son el paraíso de cualquier mano que pueda acariciarlas y contenerlas, el manjar prohibido para la boca a la que se le permita saborear sus pezones. Hace mucho tiempo que espero una oportunidad con Lala, una oportunidad de desnudarla despacio y de demostrarle, cual musa y diosa que es, todo lo que genera en mí... Una oportunidad de vendarle los ojos y acariciar su piel con la yema de los dedos hasta erizarla por completo, de masajearle la espalda hasta que la comodidad, la relajación, la excitación y el placer se fundan en una sola cosa, una oportunidad de calentarla hasta que su mente se enceguezca, una oportunidad de coger con ella como nunca antes cogió con nadie, de devorarla hasta que veinte orgasmos estallen en mi boca.

En una charla trivial apareció esa oportunidad, al enterarme que moría desde que estaba en la pre-adolescencia con un músico idolatrado por multitudes, el cual casualmente tocaría en el país y en cuyo concierto participaba un sponsor que había patrocinado varios de mis libros. Me puse en contacto, conseguí dos entradas, y la invité a un fin de semana en el interior del país para ver tocar a su ídolo. Y vaya si lo vería tocar.

Llegamos al recinto donde ya se habían amontonado varios miles de personas, descubriendo que nuestra ubicación nos permitiría apenas ver al artista desde lejos. Si bien Lala estaba muy entusiasmada, yo había imaginado la noche de una forma muy distinta por lo que intenté jugar algunas fichas. Le pregunté a un utilero dónde había alguien del equipo de producción, por lo que terminé hablando con el stage-manager y posteriormente, a esperar a la productora general del concierto. Al llegar y verme, la chica pegó un grito: “¡Santino Caronte! ¡No lo puedo creer! ¡Me fascinan tus libros! ¿En qué te puedo ayudar? Pedí lo que quieras” Le confesé que ese tipo de frases conmigo eran peligrosas, ya que yo solía razonar todo con la mente sexópata que me había llevado a convertirme en un autor de literatura erótica. “Bueno, eso podemos charlarlo después, ¿en qué puedo ayudarte ahora?” Replicó.

No más de un minuto más tarde Lala y yo estábamos al pie del escenario, en un pequeño sector VIP al que apenas una decena de personas habíamos podido ingresar. El hombre apareció y brindó un show perfecto por todas las áreas, dedicando además miradas, señas y canciones a Lala que miraba el escenario maravillada y cantaba todas las letras. La energía comenzó a subir, la pulsión sexual estaba en el aire y la noche pintaba muy bien. Se cantaron varios bises, y luego de un inmenso aplauso final nos dirigimos a la puerta, con la plenitud de Lala en su máxima expresión, a nivel físico, mental, energético… Todo, todo, absolutamente todo venía saliendo a la perfección, hasta que la productora general nos salió al cruce: “¡Santino! ¿Ésta es tu amiga?” Y dirigiéndose a Lala agregó “¿Querés conocerlo? Acepta sólo dos visitas en su camerino después de los shows. Santino tendría que esperar en la puerta” Lala sintió como sus pupilas se dilataban, me miró para exclamar un “¿a vos no te jode, no?” lleno de amabilidad, y emprendió un apurado y entusiasmado paso detrás de la productora. Al llegar al camerino me quedé en la puerta, como habíamos acordado, y el músico (en jean, descalzo, sin camiseta y tomando del pico una botella de agua helada) recibió a Lala. Charlaron un poco, se sentaron en un sillón que parecía ser la comodidad máxima convertida en un mueble, compartieron algunos bocaditos salados, vino y pequeños bombones de chocolate, y en un determinado momento que no sé muy bien cómo llegó, se besaron. Ella aprovechó, rauda y veloz recorrió abdominales y pectorales del artista con la mano bien abierta, lo recorrió desde el cinturón al cuello, la nuca, hasta que en una de las bajadas dejó caer más la mano y le agarró el paquete con entusiasmo y firmeza. Él, con mucha delicadeza, metió la mano bajo la pollera de ella y la masturbó lentamente, con paciencia, buscando cuidar el goce de la maravillosa mujer que lo acompañaba en el sillón, mientras al oído le cantaba fragmentos de las canciones preferidas de Lala. El orgasmo la crispó, encorvó y sacudió entera, mientras yo prácticamente arañaba el marco de la puerta desde mi posición de espía voyeur.

Entonces el músico se levantó, le pidió disculpas y explicó que necesitaba dedicarle tiempo a algunas cuestiones técnicas, ya que emprendían viaje temprano y él era muy detallista, por lo que necesitaba ponerse a trabajar. La tomó de las manos, la ayudó a pararse y le dió un beso dulce y profundo en los labios, para después tomar un trago de agua y desaparecer por una puerta lateral. Lala quedó ahí, parada en el medio la habitación con la mirada perdida, hasta que en un sondeo de su entorno me descubrió espiando. Me sonrió, arqueó las cejas y dejó escapar un “¡Fua…!”. Yo ya no podía aguantar más las ganas de verla desnuda y multiplicar por diez ese orgasmo que ella acababa de vivir. Y me acerqué, jugando el todo por el todo.

En un momento, pasados veinte o veinticinco minutos, pensé en la idea de cantarle alguna canción al oído, pero ese no era mi rol, me habría visto tremendamente ridículo e inmaduro, y además… tenía ocupada la boca en algo mucho más interesante que cantar.   
Para resumir lo vivido simplemente voy a agregar que dormimos las más de 5 horas que duró el viaje, y que Lala dejó escapar varios “¡Fua!” más aquella noche en la que ella cumplió sus sueños y yo también cumplí los míos.

domingo, 13 de noviembre de 2016

Ayudanos a cumplir un sueño

¡Hola! Logramos terminar un proyecto de publicación de "Cuentos de Café Corto", para convertir esta historia en una realidad. ¿Nos das una mano?

Para colaborar:

https://www.indiegogo.com/projects/libro-cuentos-de-cafe-corto-cafe/x/15160819#/backers

sábado, 15 de octubre de 2016

El Lector

Recomendado para tomar mientras se lee este post: Café con leche y crema

Ella había leído todos sus cuentos, pero quería escucharlos narrados por él. Estaba convencida de que la voz del autor agregaría matices que su propia imaginación no era capaz de concebir. Entonces le envió un mail, sin preámbulo alguno: “Me interesaría que nos juntemos en algún lugar a que me narres tus cuentos. Soy tu más fiel admiradora.”
Dos días después, encendió la notebook en la plaza de comidas de 3 Cruces. La bandeja de entrada anunciaba 185 correos sin leer (era de dejarse estar con lo de borrar publicidad y cadenas que nunca abría), el último era de Groupon y le ofrecían comprarse una taza de café con un 60% de descuento o hacerse depilación laser definitiva con una sesión de cama solar de regalo con un 40% de descuento, el mail de abajo era de él. “Querida lectora favorita..” comenzaba diciendo “..sería para mí un verdadero placer coincidir contigo en un lugar donde podamos compartir nuestros gustos complementarios por la literatura. ¿Qué te parece el Café de La Pausa en Ciudad Vieja?”. Ella resopló. Más ágil que una dactilógrafa del Palacio Legislativo se dispuso a responder: “Creo que no fui suficientemente clara. Al momento de que me leas, querido escritor, quiero poder revivir la esencia de tus cuentos, en un lugar íntimo donde nadie nos moleste. Nadie ni nada. Ni siquiera la ropa.”
El lugar íntimo terminó siendo un hotel tres estrellas, elegido por ella luego de recorrer un par, buscando una locación similar a alguna de las que había imaginado a leer los cuentos. Ropa fuera, dos vasos de vidrio grueso y baratos con whisky y tres hielos. Él comenzó leyendo y ella escuchando. Al culminar el tercer cuento, la erección de él era salvaje. “Si sigo así voy a terminar acabando de pura excitación” pensaba el hombre de melena y antebrazos atractivos, “no puedo más, esta mujer está sacando lo más profundo de mis perversiones, escuchando mis cuentos y tocándose aunque crea que no me doy cuenta. No la veo, pero la puedo oler”. Estiró una mano y rozó la entrepierna enteramente depilada (a fin de cuentas aquella oferta por mail valió la pena). “¡Quieto!” rezongó la chica de exquisito aroma, delicadas curvas y mirada penetrante.
Diez cuentos yacían en el suelo aclimatado de la habitación. El frigobar comenzó a hacer ruido como ya había hecho un par de veces anteriormente. No había música encendida, ni habían siquiera abierto la puerta del baño. La víbora de un solo ojo se mantenía enfrentada a sí misma al verse reflejada en el espejo del techo, erguida en todo su esplendor. La mujer se magreaba una teta con una mano y jugaba a esconderse dentro dos dedos de la otra.
El último cuento finalizó, la boca de ella engulló completamente la orgullosa erección del escritor para soltarla enseguida y decirle “Leelos todos de vuelta”. Él accedió. Uno a uno volvió a leerlos, con su lectora preferida empapada mamándosela o cabalgándolo como una ninfómana que estuvo encerrada por años. La experimentada amante no lo dejó acabar hasta que no leyó la última frase del último cuento. Entonces lo sacudió vorazmente y se dejó bañar por él, desde el ombligo hasta la cara. Juntó con dos dedos todo el tibio reguero blanco y se lo tomó.
Al salir del hotel el escritor desconcertado exclamó: “¿te puedo volver a escribir para encontrarnos otra vez?”. A lo que la mujer respondió: “Por supuesto. Apenas escribas otro libro de cuentos.”

miércoles, 24 de agosto de 2016

Hotelucho de Película

Recomendado para tomar mientras se lee este post: Whisky con Speed, hielo y tres gotas de esencia de café

Tomé la tarjeta que decía “Caronte, Santino" y marqué: 23.15, en rojo, un tanto  torcido  sobre  el  cartón.  La  máquina  de  entradas/salidas  estaba  vieja  y oxidada, y a veces llegaba incluso a marcar una hora sobre otra. Nadie parecía prestarle  atención  además,  yo  solía  llegar  a  cualquier  hora  (tanto  antes  como después) y jamás ninguno de mis jefes me habló al respecto. Era parte de una normativa y la máquina estaba ahí para evitar problemas legales. 
Salí  y  el  bus  estaba  esperándome  en  la  parada.  Después  de  todo  quizás  esta sea una buena noche. Subí, jazz, lugar para sentarse. ¿Habré muerto?. Para completar el panorama llegamos rápido a casa, apenas en diez minutos. Vivo  en  una  casa  compartida,  donde  alquilo  una  habitación  bastante  grande para mis necesidades. Podría sobrevivir sin problemas con la mitad del espacio de mi cuarto, pero mejor así. Al llegar, casi todos los demás habían salido, me crucé al último en el comedor cuando se despidió diciendo “hay arroz en la olla, servite”. No llegué a servirme, un sms marcó la noche: “Hola, ¿nos vemos?”. Por supuesto que nos vemos. Ducha,  quince  minutos.  Café,  dos  cafiaspirinas,  una  manzana,  cinco  minutos. Visita  al  cajero  automático,  llamada  al  taxi,  veinte  minutos.  Llegar  al  lugar indicado,  veinte  minutos  más.  Después  la  espera,  el  frío  que  no  me  toca,  el vaivén  de  las  piernas  de  esa  mujer  increíble  viniendo  hacia  mí.  Otro  taxi,  un hotel de los buenos colmado de gente, la consulta al taxista, la propuesta de ir a  un  hotelucho  alejado,  ella  lo  conoce,  yo  primero  me  hago  el  entendido, después  confieso  mi  ignorancia.  

Llegamos,  nos  atienden  en  persona,  estilo clásico, me gusta, nos abre la puerta una señora. La habitación parece salida de una  película  de  James  Bond.  La  heladera  tiene  mínimo  cincuenta  años,  si, heladera,  a  olvidarse  de  un  mini  bar.  El  baño  tiene  baldosas  celestes,  toallas, papelera y una duchita humilde con un solo duchero y sin cortina. Ella sirve Gin del bueno en dos vasos de whisky con hielos sacados de cubiteras individuales. Yo  me  tiro  en  la  cama,  el  colchón  fue  comprado  antes  de  que  yo  naciera, seguro.  Ella  habla  y  yo la  escucho,  hablo  y  ella  ríe,  brindamos,  dos,  tres, cinco  veces.  Voy  al  baño  y  parezco  un  viejo  decrépito  con  problemas  en  la próstata. Ella ríe. Va al baño, prendo la tele, veinte pulgadas, años 80, canales de  aire  y  un  canal  porno  en  el  que  las  minas tienen  mucho  vello  púbico,  VHS con varios años pasado por circuito cerrado seguramente. Pasan dos horas, se nos  termina  el  hielo  de  la  heladera  ruidosa  y  ella  pide  más  por  teléfono,  el viejito   que   viene   a   traerlo   no   entiende   como   esta   chica   sigue   vestida, maquillada y peinada. Seguro que pensó que yo era puto y esto era una farsa para  engañar  a  alguien.  Bebemos  más,  yo  tengo  calor,  me  descalzo,  se  va también  la  remera.  Ella  se  me  sube  encima,  me  besa,  se  saca  la  ropa  y  yo muero  al  verle  las  tetas.  Está  acostada  boca  arriba  cuando  le  levanto  la  ropa interior   con   los   dientes   y   huelo   profundamente   su   conchita.   Sabe   rico, prohibido,  mejor  de  lo  que  imaginaba.  Le  recorro  las  piernas  con  la  lengua, desde  los  tobillos  hasta  llegar  casi  a  los  labios  de  una  concha  que  ya  hervía. Afuera  la  ropa  interior.  La  devoro mientras  ella  agradece  con gemidos y gritos. A la voz de “¡basta!” paro y ocupa mi lugar. Me la chupa tan fuerte  que  creo  que  voy  a  largar  toda  la  leche  que  tengo  de  una  sola  vez, llega incluso a darme un poco de miedo que me lastime, que me deje chupones violetas en la verga.  El espejo  nos  da la  bienvenida  al  acostarnos  boca  arriba.  

Vuelve  la  acción,  la recorro toda con la yema de los dedos y la lengua, la soplo suavecito, la muerdo, no se me para, sigo recorriendola  con  la  boca,  no  se  me para,  le  apreto  las  tetas,  ella  quiere  que  la coja,  me  estoy  meando,  no  se  me para,  me  estoy  meando, no se me para,  me  estoy meando,   paro.   Necesito   parar,   digo,   me   estoy   meando. Ella   suelta   una carcajada,  me  quiere  matar,  yo  quiero  suicidarme  en  el  baño.  Parezco  un camello  meando,  ¿qué  mierda  me  pasa?.  Al  volver  todo  lleva  un  tiempo  para recuperar  el  momento.  Ella  abajo,  toda  adentro,  apenas  un  par  de  minutos, ella arriba me cabalga de frente y espalda, tanta mujer y tanta fuerza me hacen acabar  con  una  mezcla  de  placer  y  vergüenza cinco  o  diez  minutos  después. Descansamos.  Un  poco  de  chocolate.  La  música  de  la  radio  es  muy  buena. Llevamos seis horas en el hotelucho. El sol entra por la ventana, es ese momento del invierno ya agonizante que ofrece frío de noche y mañanas cálidas, llenas de un sol tímido. Nos volvemos a  comer,  yo  acabo,  ella  quería  mas,  quería  coger  de  vuelta, yo no puedo más.  La  pija  no  me responde, está roja, hinchada, satisfecha. 

Un  nuevo  taxi,  arreglados  a  las  apuradas,  directo  al  trabajo. Voy de lentes de sol y campera de cuero, el tachero me habla pero no sé lo que dice, no me importa, no quiero pensar, miro a la gente en cada semáforo en rojo, ¿de dónde vendrá cada uno? ¿se me notará mucho que no dormí y que pasé la noche cogiendo? Recién  terminó  y ya quiero repetir. Bajo del taxi, me dice “niño” y ríe. La quiero agarrar y dejarla exhausta  por  haber  hecho  ese  comentario,  acabar  una  vez  y  que  ella  acabe cincuenta. 

Entro al trabajo, marco 9.35, tarde, rojo y torcido, pero satisfecho.

lunes, 22 de agosto de 2016

Mentalidades aparte

Recomendado para tomar mientras se lee este post: Café expresso intenso, con un par de gotas de licor de caramelo, azúcar negro y crema batida. Entre medio, alternar con un habano café crème de vainilla.

Nadia supo siempre que pensaba distinto, que razonaba a otros niveles y que algunas cosas que a la mayoría le importaban mucho a ella apenas le sacudían la mente. Nadia amaba sonreír, salía de la cama sonriendo y se arropaba entre sábanas y frazadas de igual forma. Sonreía cuando tenía que abrir el paraguas por la lluvia y cuando estrenaba lentes para el sol. Sonreía bailando desnuda frente al espejo del baño, y lo hacía también al acabar en decenas de implosiones internas cuando cogía. Nadia sonreía, siempre, porque sabía que la vida era corta y el período útil del cuerpo humano lo era mucho más, así que no perdía el tiempo.

De cualquier forma, por más que sonreía siempre, solía encontrarse pensando en que el mundo la había dejado bastante sola en el ese sentido, que no encontraba nunca nadie (de ningún género, sexo u orientación) que pensara y viviera con su misma intensidad, hasta que un día caminando por Tristán Narvaja entró en una librería en liquidación. Mientras husmeaba por arriba "Pregúntale al polvo" de Fante, se percató de una pareja que parecía acaparar todos los libros de relatos eróticos, cuentos porno y enciclopedias del sexo, y simplemente se quedó ahí, entre dos estanterías por las que se colaba el sol, cuyos rayos anaranjados y amarillos permitían ver las motas de polvo flotando en el aire, y viajó con la mente. El hombre de la pareja la vio, y pidiéndole disculpas por entorpecer el paso se movió hacia un costado. Nadia respondió diciendo "dejen alguno de esos para los pobres que pasamos frío de noche chiquilines". Él se sonrió, la chica dejó sobre un estante "La filosofía en el tocador" de Sade y se dio vuelta para mirar a Nadia a los ojos. Ambas mujeres se quedaron inmóviles, frente a frente, con la boca apenas abierta y la respiración alborotando las motas de polvo. Sellaron ese momento único con un beso de esos que se dan agarrándose de la cara, y cada una siguio su camino.


La mañana siguiente comenzó con una sonrisa y una solicitud de amistad en Facebook, de parte del hombre de la pareja. "¿Cómo me habrá encontrado?" pensó Nadia, y aceptó la invitación. Escasos minutos después recibía un mensaje privado que rezaba "En este mundo hay tantos libros como personas, pero por suerte vivimos cerca y podemos compartir..." Nadia respondió, rauda, diciendo "¿Podemos compartir libros? ¿Personas? ¿Ambas?", "Empecemos por los libros" sentenció él.

Macarena y Darío resultaron ser los anfitriones de un club de sexo, privado, secreto y extremadamente exclusivo. Un club donde la cultura y el buen gusto por el arte, el alcohol y la comida eran requisitos más que excluyentes, detalles que Nadia iría descubriendo con los meses, luego de recibir (y aceptar) una invitación a formar parte.


El Daikiri Noir Club no tenía un espacio físico propio, sino que alquilaba una casa de campo, mansión un hotel cada dos meses para realizar sus fiestas VIP. Las mismas contaban con tertulias literarias, degustaciones de vinos, shows musicales y teatrales en vivo, performances sobre fantasías sexuales, muestras de body painting, desfiles de moda íntima, juegos eróticos, bailes... y por supuesto que una determinada cantidad de horas para dar rienda suelta a las más ocultas fantasías y perversiones y cumplirlas sin mirada alguna que pudiera llegar a criticar, señalar o censurar.

Nadia venía de una familia muy estricta, ortodoxa y conservadora, por lo que la regla de utilización de máscaras a lo largo de las fiestas la hacía sentir muy segura. Se prestó como modelo para que la dibujaran desnuda, para que la utilizaran de lienzo humano para un body painting completo, también sirvió como plato para que otros comieran sushi sobre ella, y comió sushi sobre los demás, además de coger con mujeres, hombres, parejas y grupos. 

Una noche sonaba de forma ambiental una lista de Jazz, después de una fiesta como ninguna otra, y de haber pasado gran parte de la misma con una chica y su novio (quienes descansaban junto a ella dentro de una piscina recobrando fuerzas) cuando Nadia (afectada por el alcohol y el placer, seguramente) se explayó hablando de la familia que tenía en Brasil, y a la que llevaba muchos años sin ver. El chico, sin percatarse aún de lo que estaba a punto de suceder, comentó que él se había criado en Brasil, pero que siempre había soñado con vivir en Uruguay ya que sus padres eran uruguayos, y que al conocer a Valentina, su actual esposa, había decidido mudarse con ella a Punta del Este, donde luego terminarían casándose y teniendo dos hijos. Los comentarios quedaron ahí, ahogados en el agua, y las máscaras resguardaron las identidades hasta el día en que la familia de Nadia se enteró que los primos de Brasil venían a Uruguay, y que incluso uno de los más jóvenes estaba ya viviendo en Punta del Este con la esposa desde hacía años.

Esa multitudinaria cena fue algo inolvidable, entre medio de mentes cuadradas, paradigmas obsoletos, visiones vetustas de la vida y el proceder sexual amatorio, tres jóvenes sonreían al pasar el pan y la ensalada, sabiéndose cómplices y hermanos de un club que amparaba sus dulces pecados, sus historias, sus fantasías cumplidas y su vuelta de hoja. Aquella noche, al arroparse, Nadia sonrió, y rió, todavía un poco más.

lunes, 15 de agosto de 2016

Sin Límites (La Libertad)

Recomendado para tomar mientras se lee este post: Café arábiga con cocoa en polvo, sirope de chocolate y un poquito de leche condensada.

Jérome era el tallerista de expresión plástica en el secundario Antonio Machado, de donde además era ex-alumno. Tosco, robusto y con cara de malo, aquél artista que disfrutaba de la docencia era en esencia un ser amable y apasionado, por el arte y por las mujeres. A las mujeres también les gustaba Jérome, principalmente les gustaba abrazarlo y así sentir la rudeza de sus manos toscas, la aspereza de su barba y la intensa masculinidad del perfume Paco Rabanne que siempre acompañaba el calor de su cuello. Clarisse estudiaba en el Antonio Machado y asistía al taller de expresión plástica con asiduidad ya que se erizaba toda cada vez que el profesor la saludaba con un abrazo o se le acercaba a hablarle, a pesar de que no le gustaba pintar y de que tenía un novio muy celoso. 

En alguna charla casual, de esas que se dan compartiendo un cigarro luego de clases, habían conversado un poco sobre sexo, pero después por varios meses no se vieron y el tema no había aparecido. Él había pasado el tiempo experimentando hasta el extremo todos los colores de la sexualidad y ella se cruzó luego de cumplir los 18 con la oportunidad de hacer lo mismo.

Poco tiempo después se encontraron jugando con las palabras, ella recorrió las palabras de él, de a poco, sin apuros, disfrutando cada segundo, cada cambio de intención, sintiendo como la piel se le erizaba de a poco, como los poros reaccionaban, como la temperatura aumentaba y la humedad la poseía por completo, apretando los muslos con pequeños espasmos que llenaban de consquillas su interior. 

Él había deseado muchas veces poder besarla desde los tobillos hasta el cuello, recorrerla con la punta de la lengua y la yema de los dedos. Comenzar en su boca con besos que regalen pasión, moverse a las orejas, al lóbulo de las mismas, bajar al cuello y a los hombros, redondear sus pezones con los dedos para lamerlos después, recorrer el borde de las tetas, llegar a la cadera, rodear el ombligo, bajar por los muslos a las rodillas, las pantorrillas y los tobillos, besarle los tobillos para después agarrarlos entre sus manos fuertes, separarle las piernas, subir con besos y pequeños soplidos, recorrerla con la punta de la lengua y llegar a aquella concha rosada, olerla de cerca…

Él lo había deseado muchas veces, y ahora la tenía enfrente, a su merced… Se alejó, y ella pudo observar la excitación que estaba generando en él, pudo deleitar la vista con la tosca verga de su antiguo maestro, por lo que se calentó mucho más, se empapó, no pudiendo evitar que su conchita palpitara como la pequeña boca de un pez. Sus ojos se centraron en la pija de él, gruesa, muy gruesa, que pulsaba deseosa de hundirse en ella, soltando una pequeña gota brillante como demostración del deseo generado, entonces le buscó la mirada transmitiendo sus ganas de sentirlo cerca. Él entendió y con la lengua bien ancha la lamió desde abajo hacia arriba, para después hacer todo tipo de movimientos entre sus labios, en torno a su clítoris que reaccionaba a cada provocación. Luego se unió uno de los toscos dedos de él, recorriéndola por dentro y fue recibido por el primer orgasmo, que no tardó en ser alcanzado por el segundo y éste por el tercero. La boca y la lengua de él fueron receptoras de dichas acabadas, por lo que se excitó más, ella lo notó y se calentó el doble, empapándose y multiplicando en él las ganas de comerla y saborearla.

Cogeme, por favor” balbuceó ella luego de 10 o 12 orgasmos seguidos. Aquella pija palpitante se hundió de un solo golpe hasta el fondo para luego salir entera y quedar suspendida en el aire frente a la empapada boquita de pez. No hubo reglas, sólo placer puro y liberado, complicidad y luego discreción. 

Él lo había deseado muchas veces, había fantaseado y ahora había tenido la invaluable oportunidad de cumplirlo. Ella se había calentado leyendo y había fantaseado también, mirándolo a los ojos y oliendo su perfume. Ahora ambos habían encontrado alguien con quien poder jugar libremente, en secreto y sin límites. Jugar sin decirle a más nadie, sin Facebook, sin diario íntimo, una relación llena de juego y fuego, de licores prohibidos, pasión y felicidad plena, de esa que hace que valga la pena levantarse un lunes para ir a trabajar.