jueves, 29 de diciembre de 2011

Tres Besos

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El mago estaba sentado entre dos troncos, fumando algunas hierbas que le permitían pensar mas allá de la limitada cabeza de los hombres comunes. Ella pasó ligera y no se percató de su presencia, rauda por alcanzar la frescura del río. El mago tardó unos segundos en volver del lugar en el que estaba, llamado a tierra por el instinto animal que un momento antes criticaba. Se abrió paso entre árboles y maleza, y al llegar la imagen lo impactó tanto que debió esconderse: la chica chapoteaba feliz, completamente desnuda y sola. El mago no se parecía en nada a los de las ilustraciones de cuentos infantiles, tenía el pelo marrón y enmarañado, los ojos color miel, vestía pantalón, camisa, chaleco y bandolera repleta de hierbas, frascos, ramas, polvos y demás ingredientes extraños para sus pócimas del alma. Era robusto, de barba espesa y no muy larga, manos toscas y botas de cazador, que había ganado al salvarle la vida a uno, poco tiempo atrás. Pero en este momento era un animal en celo, nada de lo anterior importaba mientras inconscientemente frotaba su entrepierna contra el tronco áspero que tenía delante. La chica se zambullía, levantaba las piernas, saltaba, y con aquél bamboleo de carne rosada el mago transpiraba cada vez más. Se despojó de toda ropa, rodeó la cañada que llegaba hasta el río y se sumergió. La inocente muchacha estuvo a punto de caer desmayada cuando aquél hombre inmenso surgió de entre las aguas, pero quedó hipnotizada ante la presencia de semejante péndulo masculino. Él no se lo dijo, pero no en vano era conocido como el único mago que jamás abandonaba su bastón. Ella era pequeña, frágil e inexperta, pero no idiota. Se trepó al hechicero como un mono que trepa un inmenso árbol, y al dejarse caer sintió toda la magia corporal de un solo golpe en su interior. Estuvo a punto de toser, pero el mago la tomó fuerte por la espalda y le dió tres besos, uno en los labios, otro en medio de las tetas y el tercero justo debajo del ombligo, estallando con éste último un orgasmo compartido que asustó a los peces que se habían acercado curiosos.
Desde aquél día, en los pueblos cercanos al bosque, ninguna joven toma en serio a un hombre que se despida enviando simplemente un beso.

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