sábado, 31 de diciembre de 2011

El humo

Recomendado para tomar mientras se lee este post: Una copa de licor de café

Félix no se enteró de lo del fin del mundo. Terminó de comer el lechón que el mismo faenó (porque manteniendo la tradición, empezaba un año nuevo comiendo un animal fuerte de cuatro patas, para arrancar con mucha fuerza), le dió un beso en la frente a su mujer y se fue a dormir.

A varios cientos de kilómetros, en la ciudad, la gente que hasta esa noche se quejaba de la falta de dinero quemaba cientos de billetes en luces de colores que explotaban por los cielos, se abrazaban con ese vecino que odian y le miraban a la mujer y la mayor de las hijas, brindaban con cualquier cosa que hubiese a mano y recibían el fin del mundo entre orgías, saqueos, violencia y destrucción. El fin de los tiempos era una gran excusa para mostrarse uno tal cual es.
Félix contaba ovejas, estaba nervioso porque su mujer se había quedando lavando los platos aunque él le propuso evitar la rutina una vez y lavarlos al otro día. Su mujer, astuta, simplemente hizo ruido con el agua mientras se dedicaba a si misma un par de orgasmos de año nuevo.
En la ciudad un perro callejero comía entre todo lo que la gente había tirado sin remordimiento, esquivando cuerpos desnudos, vómitos y chorreras de alcohol de todos los colores.
La noche transcurrió como de costumbre, el gallo despertó a Felix y el fin del mundo en el campo se pospuso por buen tiempo, aunque él no tenía ni la menor idea del caos que imperaba en la ciudad mas cercana donde el propio hombre decidió por mano propia acabar con todo. Después de aprontar el mate notó mas contenta de lo normal a su mujer y eso lo puso de buen humor, estaba seguro que era porque ella recapacitó y dejó los platos para lavar al otro día. Le cebó un mate sentado frente al rancho, mirando las columnas de humo que se erguían a lo lejos. - Pucha - dijo Félix - Se ve que en la ciudad tan quemando basura de lo lindo, mirá si no cuanto humo!. -

jueves, 29 de diciembre de 2011

Tres Besos

Recomendado mientras lees este cuento: Un café con crema y chocolate rallado

El mago estaba sentado entre dos troncos, fumando algunas hierbas que le permitían pensar mas allá de la limitada cabeza de los hombres comunes. Ella pasó ligera y no se percató de su presencia, rauda por alcanzar la frescura del río. El mago tardó unos segundos en volver del lugar en el que estaba, llamado a tierra por el instinto animal que un momento antes criticaba. Se abrió paso entre árboles y maleza, y al llegar la imagen lo impactó tanto que debió esconderse: la chica chapoteaba feliz, completamente desnuda y sola. El mago no se parecía en nada a los de las ilustraciones de cuentos infantiles, tenía el pelo marrón y enmarañado, los ojos color miel, vestía pantalón, camisa, chaleco y bandolera repleta de hierbas, frascos, ramas, polvos y demás ingredientes extraños para sus pócimas del alma. Era robusto, de barba espesa y no muy larga, manos toscas y botas de cazador, que había ganado al salvarle la vida a uno, poco tiempo atrás. Pero en este momento era un animal en celo, nada de lo anterior importaba mientras inconscientemente frotaba su entrepierna contra el tronco áspero que tenía delante. La chica se zambullía, levantaba las piernas, saltaba, y con aquél bamboleo de carne rosada el mago transpiraba cada vez más. Se despojó de toda ropa, rodeó la cañada que llegaba hasta el río y se sumergió. La inocente muchacha estuvo a punto de caer desmayada cuando aquél hombre inmenso surgió de entre las aguas, pero quedó hipnotizada ante la presencia de semejante péndulo masculino. Él no se lo dijo, pero no en vano era conocido como el único mago que jamás abandonaba su bastón. Ella era pequeña, frágil e inexperta, pero no idiota. Se trepó al hechicero como un mono que trepa un inmenso árbol, y al dejarse caer sintió toda la magia corporal de un solo golpe en su interior. Estuvo a punto de toser, pero el mago la tomó fuerte por la espalda y le dió tres besos, uno en los labios, otro en medio de las tetas y el tercero justo debajo del ombligo, estallando con éste último un orgasmo compartido que asustó a los peces que se habían acercado curiosos.
Desde aquél día, en los pueblos cercanos al bosque, ninguna joven toma en serio a un hombre que se despida enviando simplemente un beso.

miércoles, 28 de diciembre de 2011

Trato hecho

Para acompañar este cuento recomendamos: una taza de Café Irlandés o una copa de Baileys

Roy sabía desde pequeño que moriría joven. No era una sensación, era una certeza. A lo largo de su infancia, cuando los demás niños relataban en forma entusiasta a qué se dedicarían de mayores, el pequeño Roy se limitaba a decir que pretendía estudiar guitarra y componer canciones. Entrada la adolescencia y acompañado seis de los siete días de la semana por su camiseta de Bono, el ahora espigado Roy contaba con una hilera de pelos en el pecho y una guitarra color caoba que cautivaba tanto como las secuencias de acordes que aquél muchacho compartía canturreando en los muros de la secundaria. Llegaron las primeras canciones dedicadas fugazmente a algunas mujeres, el primer amigo de verdad, la primer borrachera y el sexo, que rápidamente influyó en letras y músicas.
Una tarde, cercano a cumplir los treinta, Roy componía la que sería su mejor canción hasta ese momento, cuando a su lado se sentó La Muerte. El joven no se inmutó, mantuvo su concentración que oscilaba entre escribir, tachar y buscar acordes. La Muerte habló - Creo que sabes a que vengo, y debo confesar que no me agrada en lo absoluto - Roy le dedicó una mirada a aquella mujer de pelo largo y rubio, de aspecto cansado y ojos grises, entonces respondió - Desde siempre lo supe, no hay necesidad de explicaciones y mucho menos de arrepentimientos -. La Muerte encendió un cigarro y se lo ofreció a Roy, el músico probó dos pitadas, y soltando lentamente el humo lo devolvió. - Quiero ofrecerte un trato - susurró practicamente la rubia, como si alguien pudiese escucharla y ofenderse, - Me fascinan tus canciones, mientras sigas componiendo una por semana te prolongaré la vida -. El muchacho se paró y estrechó la tibia mano de La Muerte, - Trato hecho -, tomó la guitarra por el brazo, la llevó hacia atrás y cual lanzador de martillo en los Juegos Olímpicos la lanzó por los aires. Una señora que pasaba cerca del parque escuchó el estallido. El noticiero local tituló en su cuenta de Twitter: "Fanático de U2 muere al sufrir la ruptura de un aneurisma, tras un episodio violento en medio de un espacio público", mientras su canción "La última de todas" se transforma en la más escuchada de MySpace.