martes, 21 de julio de 2015

Bendita tú eres

Recomendado para tomar mientras se lee este cuento: Café con sirope de chocolate y menta.

Marianne llegó a Barcelona por una beca, su objetivo era instalarse en Ibiza y trabajar en un hotel, por lo que ésta oportunidad la acercaba bastante. La segunda tarde, una vez acomodado su equipaje en un mini apartamento de La Barceloneta, decidió salir a recorrer.
Ubicando la mundialmente famosa "Sagrada Familia" en su gps se colocó los auriculares y transformó el trayecto en un videoclip. Al llegar, aquel inmenso edificio que parece surgido de las pesadillas de un católico afiebrado, pero con mucho arte, se alzó ante ella. No pudo entrar, eran las 2 de la tarde y la próxima entrada era a las 7. No conocía otro destino, así que buscó "playa" en Google Maps y nuevamente fue la protagonista de su propio videoclip.

Entrando a la playa de la Mar Bella un indio ofreció venderle cerveza, agua o refrescos y eso le despertó la sed. Se sentó en uno de los tres chiringuitos que coronan la playa y pidió una cerveza helada. ¿Ya nadaste hoy?  preguntó el camarero que parecía salido de un video de Prince. No, respondió Marianne, no pensaba venir a la playa, no traje bikini. El camarero la miró fijo, Pero mi vida, ésta es una playa nudista, aquí no necesitas ropa cariño.
La joven dudó, jamás había hecho siquiera topless. Estaba en un país nuevo, hacía calor, nadie la conocía: se animó.
Con las sandalias y el short improvisó un lugar donde sentarse y toda su piel se erizó al recibir luz y calor en zonas que no conocían el sol. ¿Debía aplicar protección especial en esos lugares? Con la vista oteó la playa en busca de alguna chica a la que consultar, pero sólo veía pitos por doquier. A pesar de su extrema vergüenza consultó a un chico que tenía cerca, poseedor de un bronceado caribeño y un cetro de carne que por poco no era otra pierna... Y que Marianne no podía dejar de mirar. El chico la instruyó y además le prestó sus bronceadores, muy amablemente.

La espalda de Marianne se encorvó en el momento que el aceite protector cubrió sus labios depilados. Los pezones, ya erizados por el sol, se retorcían de placer ante el tsunami de sensaciones. Marianne paró, observó a su alrededor, avergonzada, con miedo, pero nadie le prestaba atención.
Se concentró entonces en el inmenso falo de su vecino, y en todos los demás que la rodeaban, pensando, en forma muy egoísta, que aquello era un desperdicio masivo y se imaginó frotada y penetrada por todos ellos a la vez.
Sin darse cuenta, había comenzado a pellizcar dulcemente sus propios pezones, y a rozar un muslo contra el otro.
Sus orgasmos fueron una explosión de placer, que penetró en la arena y llegó, de alguna forma, a quienes habían inspirado su aventura.
Respiró hondo, se vistió, y compró un agua fría al indio que pasaba vendiendo.

El listón de Barcelona ya estaba muy alto, y su estadía no había hecho más que empezar.

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