jueves, 29 de marzo de 2012

Evacúen el área

Recomendado para tomar mientras se lee este cuento: Mezcla de café Mocca con Colombia bien molido.

La máquina de café se estaba tomando mas tiempo del habitual para preparar lo que ella llama un "Moccachino". Alfio servía un poco de agua en dos vasos mirandole el culo a la encargada de Recursos Humanos sin pudor, Gerardo sacudía vigorosamente la máquina de snacks y cuatro boludos jugaban al futbolito en el fondo. Entonces sonó la alarma, insoportable, punzante y sórdida: "Atención, se ha detectado un incendio en el edificio, por favor evacúen el área en forma urgente". Agarré mi vasito de café hirviendo y me dirigí a las escaleras de servicio en compañía de mi amigo Santiago, teniendo que esquivar varias personas en el hall del piso 13 que esperaban el ascensor a pesar de la alarma y de la posibilidad de quedar trancados en plena bajada. Pasamos a las escaleras en el momento justo que la vieja con insoportable olor a cigarro que trabaja en el 17 comenzaba a bajar delante nuestro, de tacos y quejándose. Al llegar al 12 un murmullo se escuchaba como de atrás de las paredes, que aumentó en el 11, se nubló en el 10, levantó temperatura en el 9 y demostró ser un incendio real en el 8. La vieja seguía con sus tacos, a paso tortuga, diciendo que estaba convencida de que no era para tanto y agarrada del pasamanos, sin permitir el paso. Le pedí permiso y me lo negó, los trece o catorce que veniamos por detrás apretamos los dientes. Volví a pedirle permiso en el 7mo piso, cuando los últimos de la fila comenzaron a entrar en pánico al sentir el fuego venir. La señora no reaccionó y tuve que hacerlo yo por ella. En un solo movimiento le tiré el café hirviendo en el cuello. Acto seguido le pateé la espalda, haciendola rodar por las escaleras hasta amontonarse contra la puerta del 6to piso. Todos corrimos rápidamente y minutos después estabamos fuera. Al volver subiendo por la escalera, tras el aviso de que todo fue parte de un nuevo sistema de simulacro, la vieja del 17 ya no estaba en el descansito del 6to piso.

martes, 28 de febrero de 2012

De costado

Recomendado para tomar mientras se lee este cuento: Café negro y licor de dulce de leche

Ambas piernas de Franz estaban fracturadas, pero él no se había percatado aún. Miraba el cielo intentando descubrir dónde estaba, en qué calle, en qué ciudad, en qué año. El conductor del camión permanecía desmayado sobre la bocina que minutos atrás fue la primera en morir. El silencio reinaba en la noche y un par de pájaros observaban la escena desde un árbol cercano. Una hora y veinte minutos tardaría la primera persona en trasformarse en testigo de la escena mas sangrienta de aquella ruta, la cual encontraría con vida sólo a los dos pájaros que asustados por el ruido del motor escaparían revoloteando velozmente.

Franz había comido comida mejicana y el picante nunca le resultó del todo bien. Aquella tarde corrió mas de una vez al baño. La última, cerca de las cinco de la tarde, sería determinante. Entró y se metió en el último cubículo, sin tiempo practicamente para cubrir la taza con papel higiénico, se sentó y sintió como sus piernas se aflojaban un poco. Siempre había admirado sus propias piernas, eran fuertes, bien marcadas, y objeto de deseo de las mujeres cuando salía a correr por la costanera. Un ruido lo distrajo de sus egocéntricos pensamientos, mas bien una voz: la del vicepresidente de la empresa. El veterano empresario era un ave de rapiña, y bajo la piel de cordero se escondía un lobo feroz que parecía haber sido entrenado por Capone. Franz escuchó como trancaban, el Sr. Ritzheiger y uno de los del equipo BAT6 del 2do piso, la puerta del baño. Escuchó también como planeaban robar dinero de la empresa, anotó en su celular todos los datos, los procesos y cómo esa tarde debían mover todo para sus cuentas personales sin que nadie lo notara. Esa tarde, a las siete, él podía ser millonario.

Raudo y veloz llegó al estacionamiento, sin importarle haber salido una hora veinte antes del trabajo, pisó a fondo el acelerador de su Corolla y tomó la ruta a su casa, pretendiendo llegar antes que sus dos compañeros y ganarles la movida de antemano. En la Curva de los Pájaros, no tuvo tiempo de ver al camión.

El vicepresidente Iejmar Ritzheiger emitió un comunicado por mail (escrito por su secretaria) lamentando el reciente fallecimiento de Franz sin tener claro quién era y pensando en no comprar un Corolla con su dinero fresco. El otro empleado ni siquiera leyó el mail, tenía cosas mas importantes en qué pensar, como saber que ruta tomar para llegar rápido a su casa a contar el dinero.

viernes, 27 de enero de 2012

Un par de audifonos

Recomendado para tomar mientras se lee este cuento: Café puro de Juan Valdéz

Ariel se encontraba leyendo en el sillón que había puesto prácticamente en la cocina, luego de descubrir que si dejaba abierta la puerta de servicio entraba una brisa majestuosa que le permitía en forma eficaz combatir el calor. El libro de John Fante venía resultandole extremadamente interesante y lo estaba devorando con los ojos como había hecho previamente con Hollywood de Bukowski. Entonces un grito llamó su atención, desvió los ojos de la lectura hacia el techo y los dejó fijos en un punto distante, concentrado, con su poder auditivo exigido al máximo. Los gritos eran de una mujer que pedía ayuda desesperadamente, pero no podía descifrar el mensaje. Giró hacia la puerta y entonces comprendió: "¡ Socorro! ¡ Me ahogo! ¡ Que alguien me ayude!" eran las palabras que entre alaridos y chapoteos gritaba una voz femenina. Ariel tenía hechos algunos cursos de reanimación y primeros auxilios y sabía como moverse en el agua, así que sin dudarlo se puso de pie y corrió hacia la puerta de servicio, despojándose en el camino de su camisa blanca y de los pantalones cortos. Veloz como un atleta olímpico corrió por el pasillo lateral que había afuera en un costado de la casa hacia el fondo y tras identificar que los gritos venían de la piscina de la mujer de al lado trepó el muro de un salto y cayó en calzoncillos en medio del deck que rodeaba una enorme alberca de primer nivel. La vecina, completamente a salvo, con el agua a la altura de la cintura, permanecía inmóvil mirando a su vecino casi desnudo y con cara de loco parado ahí. El hijo de la mujer, un niño de apenas 7 años, parecía estar disfrazado de salvavidas para jugar con su madre. La mujer pegó un enorme grito y Ariel pidiendo disculpas volvió a su lectura sin poder leer, tras saltar el muro nuevamente.

El mismo juego se continuó varias tardes y "Al Oeste de Roma", el libro de Fante, no avanzaba ante los ojos de Ariel. Una tarde, pagando cuentas en el centro y un tanto alejado de su casa veraniega, el muchacho ve en una vitrina la solución a sus problemas: una casa de audio y video ofrecía en oferta un par de auriculares profesionales, con dolby surrond y sistema de supresión de ruido externo, un verdadero trozo de cielo. Los compró, y esa misma tarde terminó su libro y se dispuso a comenzar con La Conjura de los Necios. Al apoyar los auriculares en la mesa de la cocina y dirigirse al baño se maravilló por el silencio que reinaba, sin siquiera imaginar que hasta un minuto y veinte segundos atrás su vecina había gritado desaforada mientras, esta vez en serio, el agua de la piscina la cubría por completo mientras ella recordaba sin demasiada alegría el cuento de "Pedrito y el Lobo".

sábado, 14 de enero de 2012

Saliendo de boxes

Recomendado para tomar mientras se lee este cuento: Mocacchino de máquina en vasito de plástico

Jüner había estudiado administración de empresas pensando en trabajar con su padre en la fábrica de tuercas que su bisabuelo fundó, pero su padre tenía la costumbre de olvidar el arduo trabajo que sus antecesores habían hecho para construir aquel imperio de las tuercas y aquella noche en el casino todo el esfuerzo de tres generaciones de la familia Vansmel se esfumó, cuando la pelotita se posó en el cero.

Dhalma, la madre de Jüner, se entregó a la bebida (barata) luego de que una cuadrilla de hombres se llevara de su casa todas las joyas, electrodomésticos y piezas de arte, y Jüner compró por primera vez en esa familia el diario del domingo. Envió su elaborado currículum a veintisiete empresas, de las que respondieron varias.

Jüner se encontró entonces trabajando en una cómoda oficina, haciendo uso de diversos beneficios que comparados con la vida que solía llevar eran castigos, aunque él era feliz, se sentía útil, se notaba vivo. Sus tareas no eran en absoluto complicadas: llenar planillas y mandar e-mails eran practicamente todo lo que debía hacer.
El único problema se ubicaba del otro lado del box, donde una majestuosa mujer atendía llamadas telefónicas usando unos auriculares de vincha que traían incluidos el micrófono. A Jüner se le ocurrían constantemente comentarios para hacerle relacionados a un micrófono, pero no se atrevía a hacerlos salir de su boca. Ella solía mantenerle la mirada, al mismo tiempo que con la mano acercaba al máximo el micrófono a sus labios. Jüner guardaba cada imagen para masturbarse por la noche, en el pequeño monoambiente que se había alquilado en el centro.

Una tarde, Jüner se pidió un mocacchino en la máquina de café. Al sacarlo y girar, el pequeño vasito de plástico impactó contra el profundo surco que se hacía entre las tetas de Uma, la telefonista del otro box, enchastrando por completo la blusa de la señorita. Jüner corrió a su escritorio, recordando que tenía el tupper del almuerzo envuelto en una servilleta de tela limpia. Le costó un par de minutos encontrarlo debido a los nervios, cuando al levantar la vista se llevó una sorpresa. El chat interno de la empresa anunciaba un nuevo mensaje: Uma dice: Te espero en el baño de lisiados, entrá y trancá la puerta. Ah, la servilletita reservátela para vos, la vas a necesitar ;) .