sábado, 15 de octubre de 2016

El Lector

Recomendado para tomar mientras se lee este post: Café con leche y crema

Ella había leído todos sus cuentos, pero quería escucharlos narrados por él. Estaba convencida de que la voz del autor agregaría matices que su propia imaginación no era capaz de concebir. Entonces le envió un mail, sin preámbulo alguno: “Me interesaría que nos juntemos en algún lugar a que me narres tus cuentos. Soy tu más fiel admiradora.”
Dos días después, encendió la notebook en la plaza de comidas de 3 Cruces. La bandeja de entrada anunciaba 185 correos sin leer (era de dejarse estar con lo de borrar publicidad y cadenas que nunca abría), el último era de Groupon y le ofrecían comprarse una taza de café con un 60% de descuento o hacerse depilación laser definitiva con una sesión de cama solar de regalo con un 40% de descuento, el mail de abajo era de él. “Querida lectora favorita..” comenzaba diciendo “..sería para mí un verdadero placer coincidir contigo en un lugar donde podamos compartir nuestros gustos complementarios por la literatura. ¿Qué te parece el Café de La Pausa en Ciudad Vieja?”. Ella resopló. Más ágil que una dactilógrafa del Palacio Legislativo se dispuso a responder: “Creo que no fui suficientemente clara. Al momento de que me leas, querido escritor, quiero poder revivir la esencia de tus cuentos, en un lugar íntimo donde nadie nos moleste. Nadie ni nada. Ni siquiera la ropa.”
El lugar íntimo terminó siendo un hotel tres estrellas, elegido por ella luego de recorrer un par, buscando una locación similar a alguna de las que había imaginado a leer los cuentos. Ropa fuera, dos vasos de vidrio grueso y baratos con whisky y tres hielos. Él comenzó leyendo y ella escuchando. Al culminar el tercer cuento, la erección de él era salvaje. “Si sigo así voy a terminar acabando de pura excitación” pensaba el hombre de melena y antebrazos atractivos, “no puedo más, esta mujer está sacando lo más profundo de mis perversiones, escuchando mis cuentos y tocándose aunque crea que no me doy cuenta. No la veo, pero la puedo oler”. Estiró una mano y rozó la entrepierna enteramente depilada (a fin de cuentas aquella oferta por mail valió la pena). “¡Quieto!” rezongó la chica de exquisito aroma, delicadas curvas y mirada penetrante.
Diez cuentos yacían en el suelo aclimatado de la habitación. El frigobar comenzó a hacer ruido como ya había hecho un par de veces anteriormente. No había música encendida, ni habían siquiera abierto la puerta del baño. La víbora de un solo ojo se mantenía enfrentada a sí misma al verse reflejada en el espejo del techo, erguida en todo su esplendor. La mujer se magreaba una teta con una mano y jugaba a esconderse dentro dos dedos de la otra.
El último cuento finalizó, la boca de ella engulló completamente la orgullosa erección del escritor para soltarla enseguida y decirle “Leelos todos de vuelta”. Él accedió. Uno a uno volvió a leerlos, con su lectora preferida empapada mamándosela o cabalgándolo como una ninfómana que estuvo encerrada por años. La experimentada amante no lo dejó acabar hasta que no leyó la última frase del último cuento. Entonces lo sacudió vorazmente y se dejó bañar por él, desde el ombligo hasta la cara. Juntó con dos dedos todo el tibio reguero blanco y se lo tomó.
Al salir del hotel el escritor desconcertado exclamó: “¿te puedo volver a escribir para encontrarnos otra vez?”. A lo que la mujer respondió: “Por supuesto. Apenas escribas otro libro de cuentos.”