lunes, 22 de agosto de 2016

Mentalidades aparte

Recomendado para tomar mientras se lee este post: Café expresso intenso, con un par de gotas de licor de caramelo, azúcar negro y crema batida. Entre medio, alternar con un habano café crème de vainilla.

Nadia supo siempre que pensaba distinto, que razonaba a otros niveles y que algunas cosas que a la mayoría le importaban mucho a ella apenas le sacudían la mente. Nadia amaba sonreír, salía de la cama sonriendo y se arropaba entre sábanas y frazadas de igual forma. Sonreía cuando tenía que abrir el paraguas por la lluvia y cuando estrenaba lentes para el sol. Sonreía bailando desnuda frente al espejo del baño, y lo hacía también al acabar en decenas de implosiones internas cuando cogía. Nadia sonreía, siempre, porque sabía que la vida era corta y el período útil del cuerpo humano lo era mucho más, así que no perdía el tiempo.

De cualquier forma, por más que sonreía siempre, solía encontrarse pensando en que el mundo la había dejado bastante sola en el ese sentido, que no encontraba nunca nadie (de ningún género, sexo u orientación) que pensara y viviera con su misma intensidad, hasta que un día caminando por Tristán Narvaja entró en una librería en liquidación. Mientras husmeaba por arriba "Pregúntale al polvo" de Fante, se percató de una pareja que parecía acaparar todos los libros de relatos eróticos, cuentos porno y enciclopedias del sexo, y simplemente se quedó ahí, entre dos estanterías por las que se colaba el sol, cuyos rayos anaranjados y amarillos permitían ver las motas de polvo flotando en el aire, y viajó con la mente. El hombre de la pareja la vio, y pidiéndole disculpas por entorpecer el paso se movió hacia un costado. Nadia respondió diciendo "dejen alguno de esos para los pobres que pasamos frío de noche chiquilines". Él se sonrió, la chica dejó sobre un estante "La filosofía en el tocador" de Sade y se dio vuelta para mirar a Nadia a los ojos. Ambas mujeres se quedaron inmóviles, frente a frente, con la boca apenas abierta y la respiración alborotando las motas de polvo. Sellaron ese momento único con un beso de esos que se dan agarrándose de la cara, y cada una siguio su camino.


La mañana siguiente comenzó con una sonrisa y una solicitud de amistad en Facebook, de parte del hombre de la pareja. "¿Cómo me habrá encontrado?" pensó Nadia, y aceptó la invitación. Escasos minutos después recibía un mensaje privado que rezaba "En este mundo hay tantos libros como personas, pero por suerte vivimos cerca y podemos compartir..." Nadia respondió, rauda, diciendo "¿Podemos compartir libros? ¿Personas? ¿Ambas?", "Empecemos por los libros" sentenció él.

Macarena y Darío resultaron ser los anfitriones de un club de sexo, privado, secreto y extremadamente exclusivo. Un club donde la cultura y el buen gusto por el arte, el alcohol y la comida eran requisitos más que excluyentes, detalles que Nadia iría descubriendo con los meses, luego de recibir (y aceptar) una invitación a formar parte.


El Daikiri Noir Club no tenía un espacio físico propio, sino que alquilaba una casa de campo, mansión un hotel cada dos meses para realizar sus fiestas VIP. Las mismas contaban con tertulias literarias, degustaciones de vinos, shows musicales y teatrales en vivo, performances sobre fantasías sexuales, muestras de body painting, desfiles de moda íntima, juegos eróticos, bailes... y por supuesto que una determinada cantidad de horas para dar rienda suelta a las más ocultas fantasías y perversiones y cumplirlas sin mirada alguna que pudiera llegar a criticar, señalar o censurar.

Nadia venía de una familia muy estricta, ortodoxa y conservadora, por lo que la regla de utilización de máscaras a lo largo de las fiestas la hacía sentir muy segura. Se prestó como modelo para que la dibujaran desnuda, para que la utilizaran de lienzo humano para un body painting completo, también sirvió como plato para que otros comieran sushi sobre ella, y comió sushi sobre los demás, además de coger con mujeres, hombres, parejas y grupos. 

Una noche sonaba de forma ambiental una lista de Jazz, después de una fiesta como ninguna otra, y de haber pasado gran parte de la misma con una chica y su novio (quienes descansaban junto a ella dentro de una piscina recobrando fuerzas) cuando Nadia (afectada por el alcohol y el placer, seguramente) se explayó hablando de la familia que tenía en Brasil, y a la que llevaba muchos años sin ver. El chico, sin percatarse aún de lo que estaba a punto de suceder, comentó que él se había criado en Brasil, pero que siempre había soñado con vivir en Uruguay ya que sus padres eran uruguayos, y que al conocer a Valentina, su actual esposa, había decidido mudarse con ella a Punta del Este, donde luego terminarían casándose y teniendo dos hijos. Los comentarios quedaron ahí, ahogados en el agua, y las máscaras resguardaron las identidades hasta el día en que la familia de Nadia se enteró que los primos de Brasil venían a Uruguay, y que incluso uno de los más jóvenes estaba ya viviendo en Punta del Este con la esposa desde hacía años.

Esa multitudinaria cena fue algo inolvidable, entre medio de mentes cuadradas, paradigmas obsoletos, visiones vetustas de la vida y el proceder sexual amatorio, tres jóvenes sonreían al pasar el pan y la ensalada, sabiéndose cómplices y hermanos de un club que amparaba sus dulces pecados, sus historias, sus fantasías cumplidas y su vuelta de hoja. Aquella noche, al arroparse, Nadia sonrió, y rió, todavía un poco más.

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