domingo, 13 de noviembre de 2016

Ayudanos a cumplir un sueño

¡Hola! Logramos terminar un proyecto de publicación de "Cuentos de Café Corto", para convertir esta historia en una realidad. ¿Nos das una mano?

Para colaborar:

https://www.indiegogo.com/projects/libro-cuentos-de-cafe-corto-cafe/x/15160819#/backers

sábado, 15 de octubre de 2016

El Lector

Recomendado para tomar mientras se lee este post: Café con leche y crema

Ella había leído todos sus cuentos, pero quería escucharlos narrados por él. Estaba convencida de que la voz del autor agregaría matices que su propia imaginación no era capaz de concebir. Entonces le envió un mail, sin preámbulo alguno: “Me interesaría que nos juntemos en algún lugar a que me narres tus cuentos. Soy tu más fiel admiradora.”
Dos días después, encendió la notebook en la plaza de comidas de 3 Cruces. La bandeja de entrada anunciaba 185 correos sin leer (era de dejarse estar con lo de borrar publicidad y cadenas que nunca abría), el último era de Groupon y le ofrecían comprarse una taza de café con un 60% de descuento o hacerse depilación laser definitiva con una sesión de cama solar de regalo con un 40% de descuento, el mail de abajo era de él. “Querida lectora favorita..” comenzaba diciendo “..sería para mí un verdadero placer coincidir contigo en un lugar donde podamos compartir nuestros gustos complementarios por la literatura. ¿Qué te parece el Café de La Pausa en Ciudad Vieja?”. Ella resopló. Más ágil que una dactilógrafa del Palacio Legislativo se dispuso a responder: “Creo que no fui suficientemente clara. Al momento de que me leas, querido escritor, quiero poder revivir la esencia de tus cuentos, en un lugar íntimo donde nadie nos moleste. Nadie ni nada. Ni siquiera la ropa.”
El lugar íntimo terminó siendo un hotel tres estrellas, elegido por ella luego de recorrer un par, buscando una locación similar a alguna de las que había imaginado a leer los cuentos. Ropa fuera, dos vasos de vidrio grueso y baratos con whisky y tres hielos. Él comenzó leyendo y ella escuchando. Al culminar el tercer cuento, la erección de él era salvaje. “Si sigo así voy a terminar acabando de pura excitación” pensaba el hombre de melena y antebrazos atractivos, “no puedo más, esta mujer está sacando lo más profundo de mis perversiones, escuchando mis cuentos y tocándose aunque crea que no me doy cuenta. No la veo, pero la puedo oler”. Estiró una mano y rozó la entrepierna enteramente depilada (a fin de cuentas aquella oferta por mail valió la pena). “¡Quieto!” rezongó la chica de exquisito aroma, delicadas curvas y mirada penetrante.
Diez cuentos yacían en el suelo aclimatado de la habitación. El frigobar comenzó a hacer ruido como ya había hecho un par de veces anteriormente. No había música encendida, ni habían siquiera abierto la puerta del baño. La víbora de un solo ojo se mantenía enfrentada a sí misma al verse reflejada en el espejo del techo, erguida en todo su esplendor. La mujer se magreaba una teta con una mano y jugaba a esconderse dentro dos dedos de la otra.
El último cuento finalizó, la boca de ella engulló completamente la orgullosa erección del escritor para soltarla enseguida y decirle “Leelos todos de vuelta”. Él accedió. Uno a uno volvió a leerlos, con su lectora preferida empapada mamándosela o cabalgándolo como una ninfómana que estuvo encerrada por años. La experimentada amante no lo dejó acabar hasta que no leyó la última frase del último cuento. Entonces lo sacudió vorazmente y se dejó bañar por él, desde el ombligo hasta la cara. Juntó con dos dedos todo el tibio reguero blanco y se lo tomó.
Al salir del hotel el escritor desconcertado exclamó: “¿te puedo volver a escribir para encontrarnos otra vez?”. A lo que la mujer respondió: “Por supuesto. Apenas escribas otro libro de cuentos.”

miércoles, 24 de agosto de 2016

Hotelucho de Película

Recomendado para tomar mientras se lee este post: Whisky con Speed, hielo y tres gotas de esencia de café

Tomé la tarjeta que decía “Caronte, Santino" y marqué: 23.15, en rojo, un tanto  torcido  sobre  el  cartón.  La  máquina  de  entradas/salidas  estaba  vieja  y oxidada, y a veces llegaba incluso a marcar una hora sobre otra. Nadie parecía prestarle  atención  además,  yo  solía  llegar  a  cualquier  hora  (tanto  antes  como después) y jamás ninguno de mis jefes me habló al respecto. Era parte de una normativa y la máquina estaba ahí para evitar problemas legales. 
Salí  y  el  bus  estaba  esperándome  en  la  parada.  Después  de  todo  quizás  esta sea una buena noche. Subí, jazz, lugar para sentarse. ¿Habré muerto?. Para completar el panorama llegamos rápido a casa, apenas en diez minutos. Vivo  en  una  casa  compartida,  donde  alquilo  una  habitación  bastante  grande para mis necesidades. Podría sobrevivir sin problemas con la mitad del espacio de mi cuarto, pero mejor así. Al llegar, casi todos los demás habían salido, me crucé al último en el comedor cuando se despidió diciendo “hay arroz en la olla, servite”. No llegué a servirme, un sms marcó la noche: “Hola, ¿nos vemos?”. Por supuesto que nos vemos. Ducha,  quince  minutos.  Café,  dos  cafiaspirinas,  una  manzana,  cinco  minutos. Visita  al  cajero  automático,  llamada  al  taxi,  veinte  minutos.  Llegar  al  lugar indicado,  veinte  minutos  más.  Después  la  espera,  el  frío  que  no  me  toca,  el vaivén  de  las  piernas  de  esa  mujer  increíble  viniendo  hacia  mí.  Otro  taxi,  un hotel de los buenos colmado de gente, la consulta al taxista, la propuesta de ir a  un  hotelucho  alejado,  ella  lo  conoce,  yo  primero  me  hago  el  entendido, después  confieso  mi  ignorancia.  

Llegamos,  nos  atienden  en  persona,  estilo clásico, me gusta, nos abre la puerta una señora. La habitación parece salida de una  película  de  James  Bond.  La  heladera  tiene  mínimo  cincuenta  años,  si, heladera,  a  olvidarse  de  un  mini  bar.  El  baño  tiene  baldosas  celestes,  toallas, papelera y una duchita humilde con un solo duchero y sin cortina. Ella sirve Gin del bueno en dos vasos de whisky con hielos sacados de cubiteras individuales. Yo  me  tiro  en  la  cama,  el  colchón  fue  comprado  antes  de  que  yo  naciera, seguro.  Ella  habla  y  yo la  escucho,  hablo  y  ella  ríe,  brindamos,  dos,  tres, cinco  veces.  Voy  al  baño  y  parezco  un  viejo  decrépito  con  problemas  en  la próstata. Ella ríe. Va al baño, prendo la tele, veinte pulgadas, años 80, canales de  aire  y  un  canal  porno  en  el  que  las  minas tienen  mucho  vello  púbico,  VHS con varios años pasado por circuito cerrado seguramente. Pasan dos horas, se nos  termina  el  hielo  de  la  heladera  ruidosa  y  ella  pide  más  por  teléfono,  el viejito   que   viene   a   traerlo   no   entiende   como   esta   chica   sigue   vestida, maquillada y peinada. Seguro que pensó que yo era puto y esto era una farsa para  engañar  a  alguien.  Bebemos  más,  yo  tengo  calor,  me  descalzo,  se  va también  la  remera.  Ella  se  me  sube  encima,  me  besa,  se  saca  la  ropa  y  yo muero  al  verle  las  tetas.  Está  acostada  boca  arriba  cuando  le  levanto  la  ropa interior   con   los   dientes   y   huelo   profundamente   su   conchita.   Sabe   rico, prohibido,  mejor  de  lo  que  imaginaba.  Le  recorro  las  piernas  con  la  lengua, desde  los  tobillos  hasta  llegar  casi  a  los  labios  de  una  concha  que  ya  hervía. Afuera  la  ropa  interior.  La  devoro mientras  ella  agradece  con gemidos y gritos. A la voz de “¡basta!” paro y ocupa mi lugar. Me la chupa tan fuerte  que  creo  que  voy  a  largar  toda  la  leche  que  tengo  de  una  sola  vez, llega incluso a darme un poco de miedo que me lastime, que me deje chupones violetas en la verga.  El espejo  nos  da la  bienvenida  al  acostarnos  boca  arriba.  

Vuelve  la  acción,  la recorro toda con la yema de los dedos y la lengua, la soplo suavecito, la muerdo, no se me para, sigo recorriendola  con  la  boca,  no  se  me para,  le  apreto  las  tetas,  ella  quiere  que  la coja,  me  estoy  meando,  no  se  me para,  me  estoy  meando, no se me para,  me  estoy meando,   paro.   Necesito   parar,   digo,   me   estoy   meando. Ella   suelta   una carcajada,  me  quiere  matar,  yo  quiero  suicidarme  en  el  baño.  Parezco  un camello  meando,  ¿qué  mierda  me  pasa?.  Al  volver  todo  lleva  un  tiempo  para recuperar  el  momento.  Ella  abajo,  toda  adentro,  apenas  un  par  de  minutos, ella arriba me cabalga de frente y espalda, tanta mujer y tanta fuerza me hacen acabar  con  una  mezcla  de  placer  y  vergüenza cinco  o  diez  minutos  después. Descansamos.  Un  poco  de  chocolate.  La  música  de  la  radio  es  muy  buena. Llevamos seis horas en el hotelucho. El sol entra por la ventana, es ese momento del invierno ya agonizante que ofrece frío de noche y mañanas cálidas, llenas de un sol tímido. Nos volvemos a  comer,  yo  acabo,  ella  quería  mas,  quería  coger  de  vuelta, yo no puedo más.  La  pija  no  me responde, está roja, hinchada, satisfecha. 

Un  nuevo  taxi,  arreglados  a  las  apuradas,  directo  al  trabajo. Voy de lentes de sol y campera de cuero, el tachero me habla pero no sé lo que dice, no me importa, no quiero pensar, miro a la gente en cada semáforo en rojo, ¿de dónde vendrá cada uno? ¿se me notará mucho que no dormí y que pasé la noche cogiendo? Recién  terminó  y ya quiero repetir. Bajo del taxi, me dice “niño” y ríe. La quiero agarrar y dejarla exhausta  por  haber  hecho  ese  comentario,  acabar  una  vez  y  que  ella  acabe cincuenta. 

Entro al trabajo, marco 9.35, tarde, rojo y torcido, pero satisfecho.

lunes, 22 de agosto de 2016

Mentalidades aparte

Recomendado para tomar mientras se lee este post: Café expresso intenso, con un par de gotas de licor de caramelo, azúcar negro y crema batida. Entre medio, alternar con un habano café crème de vainilla.

Nadia supo siempre que pensaba distinto, que razonaba a otros niveles y que algunas cosas que a la mayoría le importaban mucho a ella apenas le sacudían la mente. Nadia amaba sonreír, salía de la cama sonriendo y se arropaba entre sábanas y frazadas de igual forma. Sonreía cuando tenía que abrir el paraguas por la lluvia y cuando estrenaba lentes para el sol. Sonreía bailando desnuda frente al espejo del baño, y lo hacía también al acabar en decenas de implosiones internas cuando cogía. Nadia sonreía, siempre, porque sabía que la vida era corta y el período útil del cuerpo humano lo era mucho más, así que no perdía el tiempo.

De cualquier forma, por más que sonreía siempre, solía encontrarse pensando en que el mundo la había dejado bastante sola en el ese sentido, que no encontraba nunca nadie (de ningún género, sexo u orientación) que pensara y viviera con su misma intensidad, hasta que un día caminando por Tristán Narvaja entró en una librería en liquidación. Mientras husmeaba por arriba "Pregúntale al polvo" de Fante, se percató de una pareja que parecía acaparar todos los libros de relatos eróticos, cuentos porno y enciclopedias del sexo, y simplemente se quedó ahí, entre dos estanterías por las que se colaba el sol, cuyos rayos anaranjados y amarillos permitían ver las motas de polvo flotando en el aire, y viajó con la mente. El hombre de la pareja la vio, y pidiéndole disculpas por entorpecer el paso se movió hacia un costado. Nadia respondió diciendo "dejen alguno de esos para los pobres que pasamos frío de noche chiquilines". Él se sonrió, la chica dejó sobre un estante "La filosofía en el tocador" de Sade y se dio vuelta para mirar a Nadia a los ojos. Ambas mujeres se quedaron inmóviles, frente a frente, con la boca apenas abierta y la respiración alborotando las motas de polvo. Sellaron ese momento único con un beso de esos que se dan agarrándose de la cara, y cada una siguio su camino.


La mañana siguiente comenzó con una sonrisa y una solicitud de amistad en Facebook, de parte del hombre de la pareja. "¿Cómo me habrá encontrado?" pensó Nadia, y aceptó la invitación. Escasos minutos después recibía un mensaje privado que rezaba "En este mundo hay tantos libros como personas, pero por suerte vivimos cerca y podemos compartir..." Nadia respondió, rauda, diciendo "¿Podemos compartir libros? ¿Personas? ¿Ambas?", "Empecemos por los libros" sentenció él.

Macarena y Darío resultaron ser los anfitriones de un club de sexo, privado, secreto y extremadamente exclusivo. Un club donde la cultura y el buen gusto por el arte, el alcohol y la comida eran requisitos más que excluyentes, detalles que Nadia iría descubriendo con los meses, luego de recibir (y aceptar) una invitación a formar parte.


El Daikiri Noir Club no tenía un espacio físico propio, sino que alquilaba una casa de campo, mansión un hotel cada dos meses para realizar sus fiestas VIP. Las mismas contaban con tertulias literarias, degustaciones de vinos, shows musicales y teatrales en vivo, performances sobre fantasías sexuales, muestras de body painting, desfiles de moda íntima, juegos eróticos, bailes... y por supuesto que una determinada cantidad de horas para dar rienda suelta a las más ocultas fantasías y perversiones y cumplirlas sin mirada alguna que pudiera llegar a criticar, señalar o censurar.

Nadia venía de una familia muy estricta, ortodoxa y conservadora, por lo que la regla de utilización de máscaras a lo largo de las fiestas la hacía sentir muy segura. Se prestó como modelo para que la dibujaran desnuda, para que la utilizaran de lienzo humano para un body painting completo, también sirvió como plato para que otros comieran sushi sobre ella, y comió sushi sobre los demás, además de coger con mujeres, hombres, parejas y grupos. 

Una noche sonaba de forma ambiental una lista de Jazz, después de una fiesta como ninguna otra, y de haber pasado gran parte de la misma con una chica y su novio (quienes descansaban junto a ella dentro de una piscina recobrando fuerzas) cuando Nadia (afectada por el alcohol y el placer, seguramente) se explayó hablando de la familia que tenía en Brasil, y a la que llevaba muchos años sin ver. El chico, sin percatarse aún de lo que estaba a punto de suceder, comentó que él se había criado en Brasil, pero que siempre había soñado con vivir en Uruguay ya que sus padres eran uruguayos, y que al conocer a Valentina, su actual esposa, había decidido mudarse con ella a Punta del Este, donde luego terminarían casándose y teniendo dos hijos. Los comentarios quedaron ahí, ahogados en el agua, y las máscaras resguardaron las identidades hasta el día en que la familia de Nadia se enteró que los primos de Brasil venían a Uruguay, y que incluso uno de los más jóvenes estaba ya viviendo en Punta del Este con la esposa desde hacía años.

Esa multitudinaria cena fue algo inolvidable, entre medio de mentes cuadradas, paradigmas obsoletos, visiones vetustas de la vida y el proceder sexual amatorio, tres jóvenes sonreían al pasar el pan y la ensalada, sabiéndose cómplices y hermanos de un club que amparaba sus dulces pecados, sus historias, sus fantasías cumplidas y su vuelta de hoja. Aquella noche, al arroparse, Nadia sonrió, y rió, todavía un poco más.

lunes, 15 de agosto de 2016

Sin Límites (La Libertad)

Recomendado para tomar mientras se lee este post: Café arábiga con cocoa en polvo, sirope de chocolate y un poquito de leche condensada.

Jérome era el tallerista de expresión plástica en el secundario Antonio Machado, de donde además era ex-alumno. Tosco, robusto y con cara de malo, aquél artista que disfrutaba de la docencia era en esencia un ser amable y apasionado, por el arte y por las mujeres. A las mujeres también les gustaba Jérome, principalmente les gustaba abrazarlo y así sentir la rudeza de sus manos toscas, la aspereza de su barba y la intensa masculinidad del perfume Paco Rabanne que siempre acompañaba el calor de su cuello. Clarisse estudiaba en el Antonio Machado y asistía al taller de expresión plástica con asiduidad ya que se erizaba toda cada vez que el profesor la saludaba con un abrazo o se le acercaba a hablarle, a pesar de que no le gustaba pintar y de que tenía un novio muy celoso. 

En alguna charla casual, de esas que se dan compartiendo un cigarro luego de clases, habían conversado un poco sobre sexo, pero después por varios meses no se vieron y el tema no había aparecido. Él había pasado el tiempo experimentando hasta el extremo todos los colores de la sexualidad y ella se cruzó luego de cumplir los 18 con la oportunidad de hacer lo mismo.

Poco tiempo después se encontraron jugando con las palabras, ella recorrió las palabras de él, de a poco, sin apuros, disfrutando cada segundo, cada cambio de intención, sintiendo como la piel se le erizaba de a poco, como los poros reaccionaban, como la temperatura aumentaba y la humedad la poseía por completo, apretando los muslos con pequeños espasmos que llenaban de consquillas su interior. 

Él había deseado muchas veces poder besarla desde los tobillos hasta el cuello, recorrerla con la punta de la lengua y la yema de los dedos. Comenzar en su boca con besos que regalen pasión, moverse a las orejas, al lóbulo de las mismas, bajar al cuello y a los hombros, redondear sus pezones con los dedos para lamerlos después, recorrer el borde de las tetas, llegar a la cadera, rodear el ombligo, bajar por los muslos a las rodillas, las pantorrillas y los tobillos, besarle los tobillos para después agarrarlos entre sus manos fuertes, separarle las piernas, subir con besos y pequeños soplidos, recorrerla con la punta de la lengua y llegar a aquella concha rosada, olerla de cerca…

Él lo había deseado muchas veces, y ahora la tenía enfrente, a su merced… Se alejó, y ella pudo observar la excitación que estaba generando en él, pudo deleitar la vista con la tosca verga de su antiguo maestro, por lo que se calentó mucho más, se empapó, no pudiendo evitar que su conchita palpitara como la pequeña boca de un pez. Sus ojos se centraron en la pija de él, gruesa, muy gruesa, que pulsaba deseosa de hundirse en ella, soltando una pequeña gota brillante como demostración del deseo generado, entonces le buscó la mirada transmitiendo sus ganas de sentirlo cerca. Él entendió y con la lengua bien ancha la lamió desde abajo hacia arriba, para después hacer todo tipo de movimientos entre sus labios, en torno a su clítoris que reaccionaba a cada provocación. Luego se unió uno de los toscos dedos de él, recorriéndola por dentro y fue recibido por el primer orgasmo, que no tardó en ser alcanzado por el segundo y éste por el tercero. La boca y la lengua de él fueron receptoras de dichas acabadas, por lo que se excitó más, ella lo notó y se calentó el doble, empapándose y multiplicando en él las ganas de comerla y saborearla.

Cogeme, por favor” balbuceó ella luego de 10 o 12 orgasmos seguidos. Aquella pija palpitante se hundió de un solo golpe hasta el fondo para luego salir entera y quedar suspendida en el aire frente a la empapada boquita de pez. No hubo reglas, sólo placer puro y liberado, complicidad y luego discreción. 

Él lo había deseado muchas veces, había fantaseado y ahora había tenido la invaluable oportunidad de cumplirlo. Ella se había calentado leyendo y había fantaseado también, mirándolo a los ojos y oliendo su perfume. Ahora ambos habían encontrado alguien con quien poder jugar libremente, en secreto y sin límites. Jugar sin decirle a más nadie, sin Facebook, sin diario íntimo, una relación llena de juego y fuego, de licores prohibidos, pasión y felicidad plena, de esa que hace que valga la pena levantarse un lunes para ir a trabajar.

martes, 12 de julio de 2016

Cidade Maravilhosa

Recomendado para tomar mientras se lee este post: Café con whisky y un jugo natural de naranja.

Normalmente no me gusta aceptar actuaciones en clubes bailables, la gente suele estar para otra cosa y además, tocando de madrugada como casi siempre, aparte de estar para otra cosa está pasada de alcohol, o de cosas más fuertes. Normalmente no me gusta aceptar, pero aquella noche, aunque no me gustaba acepté, en parte por una fuerte corazonada y mucho más aún porque la paga era muy buena.

Enfundé el bajo, llamé un taxi y me fui para el club, dispuesto a exigirle a la noche lo mejor que tuviera para darme.

Pasaron apenas unos 25 minutos, cuando noto que desde la pista dos infiernos convertidos en mujeres miran y provocan al hijo de puta del saxofonista, eje de miradas, comentarios y fantasías lascivas de la mayoría del público de cada lugar al que vamos a tocar. La corazonada se convierte entonces en realidad, el corazón me palpita fuerte y la verga me pide acción, tomar cartas en el asunto, redirigir esta historia. Toco el bajo fuerte, me desarmo los dedos jugando de forma salvaje con las cuerdas, pero poca gente nota el bajo en una banda, y en ocasiones ni siquiera toman nota del bajista.

Un par de horas después me llevan a chocar con la imagen de una de las chicas chuponeando deliciosamente con el puto saxofonista, mientras que la otra parece desprender fuego por la nariz. Me propongo de una vez y con todas mis armas cambiar el rumbo de esa noche: teléfono en mano, me tiro a hacer lo que mejor sé hacer.

A algunos kilómetros del club, en una lujosa mansión alejada, con piscina, decenas de habitaciones y hasta helipuerto, el télefono de mi amigo Lalá suena insistentemente. Luego de algunos minutos, el gordo en sunga floreada atiende y me asegura poder llevar adelante mi plan. Acto seguido, creo un par de imágenes y eventos en las redes sociales y, de la nada, invento una supuesta megafiesta a la que la banda tenía que asistir. 

El resto de la historia de como llegamos a la mansión es simple, un par de amigas con mucho lomo (no tanto como las dos de la pista, que resultaron ser extranjeras) que me siguieron el juego, la banda que luego de varios tragos iba a cualquier lado, un viejo DJ amigo y las extranjeras, que al ver que lo de la fiesta iba en serio se subieron a nuestra van.

En el camino hacia la mansión las devoré con la mirada y la mente, aunque creo que en ese momento todavía no se habían percatado. Las desnudé, las recorrí con manos y lengua, las manoseé, mordí, lamí y chupé. Jugué con la yema de los dedos a erizarlas de pies a cabeza, para pajearlas antes de ni siquiera sacarme el jean, y cuando estaba en lo mejor de la fantasía llegamos a destino.

Al principio todo el mundo pareció desilusionarse, el gordo Lalá abrió la puerta medio dormido, enfundado tan sólo en la sunga floreada y con un vaso de whisky en la mano, pero apenas un rato después ya todo el mundo se estaba divirtiendo, menos una de las extranjeras que permanecía inmóvil en un sillón con cara de querer que la tierra la tragase. Aguantó poco tiempo más, y se dirigió a uno de los pasillos con intenciones de arrancar a su amiga de los brazos del saxofonista, quien recostado en un sillón la chuponeaba y manoseaba, regodeándose ya en la erección que pensaba calmar en breves instantes dentro de aquella diosa extranjera con deliciosas tetas y maravillosa actitud. Pero la extranjera enojada, a quien voy a llamar V, tomó a la otra, a quien llamaré T, y arrastrándola por el pasillo pretendió retirarse de la fiesta. Entonces aproveché mi oportunidad.

"¿Ya se van?, ¿sin conocer el piso de arriba?"

El piso de arriba tenía de todo para mostrar, pero alcanzó con mostrar la habitación con la cama redonda y el jacuzzi con vista al parque y a la playa privada para que las reglas de aquél nuevo juego quedaran más que claras. Hubo una sola exigencia por parte de V y T, y era que no estarían juntas en la cama, sino que tomarían turnos. El primero fue con V, me moría de ganas de recorrerla toda, de comerle la concha y hacerla acabar no menos de veinte veces en mi boca, de jugar con sus pezones, cogerla con los dedos y mirarla fijo a los ojos al hundir mi gruesa pija en su concha pelada. Cogía como los dioses, y la chupaba todavía mejor. Terminó por pajearme duro y bañar sus tetas con mi leche, para luego relamerla toda y tirarme un beso. Se alejó al baño y T vino conmigo. Que tetas por dios, y que forma de coger, recorriendo posiciones y lugares que ni por asomo se limitaron a la cama. También me sumergí a comerle la concha con pasión, hasta llenarme la boca de orgasmos y el pelo de tirones que me exigían comersela más y más. T optó por desaparecer mi verga en su boca y recibir mi leche directamente para tragarla sin dejar rastro. V volvió del baño, y T ocupó su lugar en el mismo. Esta vez la subí con las piernas en torno a mi cintura, para coger caminando, contra las paredes, puertas, roperos y la entrada al baño, compartiendo sus gritos y gemidos hacia adentro, donde T se empapaba haciendo uso personal de semejante concierto sonoro. V se tiró en el sillón y T vino por su revancha personal, que fue en cuatro, con tirones de pelo, sexo duro y aquél maravilloso par de tetas balancéandose y provocando mi fuertísima eyaculación sobre su espalda.

Al dejar la habitación y bajar encontramos al saxofonista con la cara maquillada cual mimo, toda cubierta de polvo blanco, mientras éste le magreaba el culo a una de las dos lesbianas que se chuponeaban y mordían con violencia.


Las extranjeras se fueron en un taxi y yo me tiré a dormir, desnudo, en la playa privada, con el Lalá en sunga a escasos metros que metiéndose en el agua cantaba "Cidade... maravilhosa... cheia, de encantos mil..."

Gracias V y T, gracias por una muy buena noche.


lunes, 4 de julio de 2016

Onírica

Recomendado para tomar mientras se lee este post: Café negro, con crema batida, chocolate rallado y Jack Daniels.

No sé cómo terminé ahí con Maitè, sólo puedo recordar la dulzura y el 
inmenso placer que me generaba ese momento: pero únicamente en ese 
momento, ahora me genera tristeza, nostalgia, deseo de repetición. 
Maitè recostada con la cabeza en mi hombro, mi nariz y mi boca juegan con 
sus pezones, ella toda transpirada, tranquila, desnuda. Mis manos recorren su 
piel caliente con tranquilidad, con la paciencia de un experto que sabe cómo 
lidiar calmo con una bomba, mis dedos la recorren por fuera y por dentro. De 
pronto el soul invade el espacio… Un piano entre melancólico y sugerente 
acompaña la escena perfectamente, mientras Rachel Ferrell canta con mucha 
sensualidad que ella “puede explicarlo”. Maitè se retuerce, tranquila, 
disfrutando cada minúsculo rincón del espasmo que la visita, se muerde los 
labios, aprieta los ojos, los relaja mientras la cantante gime y el piano se crispa, 
los abre y me mira con la respiración entrecortada, me muerde y vuelve a 
recostarse.  
Hace tiempo que no comparto un rato tranquilo con ella, o una charla 
profunda, personal. No sé si encontró el amor, no sé si es feliz, me importa, lo 
juro que me importa. Siento que el momento cura mis penas, rejuvenece mi 
alma, todo es obsesivamente perfecto. La humedad de su femineidad mas 
privada, su calor, el sabor de mis dedos al llevármelos a la boca, sus pechos 
erizados, las gotas de sudor que bajan por su cuello y que contrastan con la 
dulzura que anteriormente dejó en mi lengua… Tras el tercer orgasmo la 
morocha gira y se sube a mi pierna, la monta y se masturba despacio, me usa, 
me ignora,  soy simplemente un instrumento a través del cual está 
encontrando placer y eso me gusta, me calienta, no hay “porqués” en este 
juego, no hay reglas, la confianza y la libertad son el casal de reinas lesbianas 
 que rigen el feudo de la cama de Maitè. Nota mi calentura después de acabar 
dos o tres veces seguidas, pero no para, me agarra fuerte de la base de la verga 
y me masturba lento pero apretado, desde abajo hasta la cabeza, gime, gruñe, 
pareciera que todo mi ser se hunde en su interior y que la lleno 
completamente por dentro, entra en una especie de trance, me coge la pierna 
y cae desfallecida sobre mi pecho mientras la respiración se me corta y veo 
puntos blancos en una oscuridad prácticamente absoluta. No hay juicios de 
valor, somos un dúo perfecto del placer y la lujuria que no necesita excusas.  
Esperanza Spalding entona “I Know you know” y el destino demuestra 
ferviertemente estar jugando con nosotros, la miro y le digo con los ojos que 
me puede, que genera cosas en mí únicas, perversas y mágicas 
simultáneamente, que quiero volver a jugar, que sin dudas el mundo es un 
mejor lugar después de un encuentro con ella. Me despido calmo por fuera, 
pero sintiendo la insoportable necesidad de pasar horas recorriéndola, no 
contengo las ganas de decirle que me encanta.  
Erykah Badu canta “Didn’t Cha Know” mientras camino por la noche 
montevideana y en mi mente resuena el aroma intenso de Maitè. 

lunes, 25 de abril de 2016

Cada vez más cerca

Recomendado para tomar mientras se lee este post: ¡Una copa de champagne, sidra, licor, cerveza, vodka, aguardiente o lo que prefieran para brindar!

Esta publicación es exclusivamente para contar que Cuentos de Café Corto tiene página en Facebook, en vistas de la próxima primera publicación del libro. Los invito a conocerla y a estar atentos, ya que en breve espero poder tener novedades sobre donde comprar y/o descargar "Cuentos de Café Corto"

¡Muchas gracias!

Página: https://www.facebook.com/CuentosDeCafeCorto/

sábado, 6 de febrero de 2016

Lo sé, Margarita

Voy a tomarme una pequeña licencia dentro de lo que es "Cuentos de Café Corto" y salir del formato que suelo darle a mis publicaciones acá, para de esta forma compartir con uds una carta que resultó 3era en el concurso internacional "Cartas que nunca escribiste", de Alicante-España.

Escribí "Lo sé, Margarita" específicamente para dicho concurso, y tengo el inmenso placer y el honor de haber resultado 3ero (1er accésit) entre 830 participantes, además de ser incluido en un libro recopilatorio de las mejores 128 cartas que será publicado a la brevedad.

Los dejo entonces, con "Lo sé, Margarita". Espero que lo disfruten tanto como yo.

Ger

Lo sé Margarita

Cabo Polonio, Rocha, Uruguay – Algún día de Noviembre de 2011

Querida Margarita,

                Mi amor, te escribo apenas despierto, junto al arrullo de las olas y perdido en lo más profundo del horizonte, como suelo perderme en los confines de tu mirada. Sé, mi amada Margarita, que nuestro casamiento te desveló las noches de los últimos tres meses, que recorriste bazares, mercados y almacenes, incluso cruzaste el Mediterráneo hasta encontrar las telas exactas que querías para tu blanco vestido, que gastaste, perdón, invertiste en ropa un dineral, para usarla una noche y luego convertirla en recuerdos. Sé también que probaste dulces y manjares, que contrataste chefs franceses, vascos y peruanos, que viajaste junto a tu querida madre por las más importantes capitales de Europa para encontrar los platos que tu refinado paladar exigía, créeme que lo sé, mi amor. No pienses que olvidé tu petición de que afeitara mi barba, tu voz amenazante por ver mi piel reluciente cual cara de bebé, no asumas, te pido, ni por un instante que descuidé esas órdenes. Margarita ruego, suplico, que no caigas en la falsa idea de que escapé, sé lo importante que este día resulta (o resultaba) para ti y tu familia, principalmente para tu padre y sus amigos coroneles, comandantes y demás rangos militares que en estos momentos, a causa del salitre y el ron, no logro recordar. Sé que dije que la despedida de soltero sería simple, que asaríamos un cerdo con ciruelas pasas y ron, cantaríamos algunas canciones y volveríamos a casa, los muchachos y yo… Te juro que las cosas fueron sucediendo una tras otra, a causa de una desafortunada cadena de errores. Entiendo que no debí pedirle a Ramonceti que se encargara de conseguir las pasas, y a Eneufredo el cerdo… mucho menos debí encargarle el ron al pequeño Tomasín, pero los nervios y la emoción de mi inminente abandono de la condición de soltero me jugaron una mala pasada, ¿cómo iba a imaginar que mis amigos de toda la vida, mis hermanos, confundirían los pedidos y llegarían portando todos ron? ¡No había forma de anticiparse a eso! Y me imagino, mi lejana Margarita, que entenderás que no podíamos hacer otra cosa salvo brindar. Sé que pensarás que la despedida era en Cádiz, y que estoy escribiendo a más de catorce mil kilómetros de distancia, sé también que mi último llamado fue cuando conocimos a unos marineros Sudafricanos con los que entablamos rápidamente una fraternal amistad, y que seguiríamos la fiesta con ellos en su barco, en el que prometían llegar a las hermosas playas vírgenes de un pueblito perdido en el océano Atlántico donde no hay electricidad, ni chefs internacionales, ni tarjetas de débito, rangos militares o salones seis estrellas de hoteles de lujo. Lo sé Margarita, lo sé. Lo que no sé, básicamente, es qué día es hoy y cómo voy a hacer para enviarte esta carta y contarte que difícilmente llegue en hora a la ceremonia.

Te quiere con locura,


Aniceto.