lunes, 5 de enero de 2015

Implosión

Recomendado para tomar mientras se lee este cuento: Helado de café moka artesanal, con salsa charlotte caliente por encima

Rocío miraba el brillo que cubría su piel, apenas transpirada, mientras sentía como sus mejillas ardían por dentro. Nadie la estaba mirando, varias personas la veían, pero nadie le prestaba atención. La punta del pie derecho, como de costumbre, fue a colocarse tras el talón izquierdo, enganchándose, previendo lo que venía. Los muslos se contraían y al hacerlo se frotaban sutilmente uno contra el otro. Las manos, inquietas, simulaban escribir, ordenar, pasar hojas, lo que sea… Rocío con extremada delicadeza estiró el brazo y se aferró a un pequeño vasito con agua como si fuese un tesoro, un oasis en medio del desierto más abrasador. Al llevárselo a la boca controló el impulso, y dejó que el agua la invadiera lentamente, humedeciendo lengua, garganta… y los labios que no estaban ya humedecidos… El abdomen se contraía en pequeños espasmos, la respiración, entrecortada, apenas cumplía con su función básica de oxigenar el cerebro… Una mujer, de cuarenta y tantos, se paró delante del escritorio de Rocío a preguntarle algo relacionado al yogurth, los ciclos, la facilidad con la que las chicas de veintitantos como ella vivían la vida y alguna otra cosa más, a la que la joven no prestó atención y simplemente respondió con la mejor sonrisa que pudo, sonrisa mueca, torcida, manchada por el acto prohibido que llevaba a cabo de forma oculta pero a la vista de todos. La ansiedad y los nervios la llevaron a morder violentamente el borde del vasito, a desear que esa mujer recibiera un rayo fulminante que la transformara en cenizas, gimió en forma seca dentro del vasito, que apenas devolvió un eco imperceptible para cualquiera, menos para Rocío que se sobreexcitó escuchando su propio deseo fuera de sí.  La mujer se fue en busca de alguien que le siguiera el hilo, y los muslos de Rocío vieron cómo la autopista del placer encendía todos los carriles en verde. La punta del pie derecho se enganchó del tobillo izquierdo, los músculos se crisparon aún mas, la presión aumentó, en la boca el labio superior no aguantó la tentación y mordió a su compañero inferior, con fuertes deseos de lastimarlo, de hacerle sentir que está vivo… La implosión llegó en silencio, como en el espacio, nadie más la notó… Los ojos de Rocío, como los de un pez muerto, se cristalizaron y abrieron al máximo de sus posibilidades… la boca, apenas abierta, quedó en un intermedio entre abierta y cerrada, en un gemido mudo, en una necesidad imperiosa de ocuparla con un dedo… lo hizo, en segundos, se llevó un dedo a la boca y mordió cada falange, lo lamió por dentro como quien prueba la miel más dulce y lo liberó, para después liberar las piernas…

Sonó el teléfono. Suspiro. - ¿Buenas tardes, en qué la puedo ayudar? -

No hay comentarios:

Publicar un comentario