miércoles, 24 de agosto de 2016

Hotelucho de Película

Recomendado para tomar mientras se lee este post: Whisky con Speed, hielo y tres gotas de esencia de café

Tomé la tarjeta que decía “Caronte, Santino" y marqué: 23.15, en rojo, un tanto  torcido  sobre  el  cartón.  La  máquina  de  entradas/salidas  estaba  vieja  y oxidada, y a veces llegaba incluso a marcar una hora sobre otra. Nadie parecía prestarle  atención  además,  yo  solía  llegar  a  cualquier  hora  (tanto  antes  como después) y jamás ninguno de mis jefes me habló al respecto. Era parte de una normativa y la máquina estaba ahí para evitar problemas legales. 
Salí  y  el  bus  estaba  esperándome  en  la  parada.  Después  de  todo  quizás  esta sea una buena noche. Subí, jazz, lugar para sentarse. ¿Habré muerto?. Para completar el panorama llegamos rápido a casa, apenas en diez minutos. Vivo  en  una  casa  compartida,  donde  alquilo  una  habitación  bastante  grande para mis necesidades. Podría sobrevivir sin problemas con la mitad del espacio de mi cuarto, pero mejor así. Al llegar, casi todos los demás habían salido, me crucé al último en el comedor cuando se despidió diciendo “hay arroz en la olla, servite”. No llegué a servirme, un sms marcó la noche: “Hola, ¿nos vemos?”. Por supuesto que nos vemos. Ducha,  quince  minutos.  Café,  dos  cafiaspirinas,  una  manzana,  cinco  minutos. Visita  al  cajero  automático,  llamada  al  taxi,  veinte  minutos.  Llegar  al  lugar indicado,  veinte  minutos  más.  Después  la  espera,  el  frío  que  no  me  toca,  el vaivén  de  las  piernas  de  esa  mujer  increíble  viniendo  hacia  mí.  Otro  taxi,  un hotel de los buenos colmado de gente, la consulta al taxista, la propuesta de ir a  un  hotelucho  alejado,  ella  lo  conoce,  yo  primero  me  hago  el  entendido, después  confieso  mi  ignorancia.  

Llegamos,  nos  atienden  en  persona,  estilo clásico, me gusta, nos abre la puerta una señora. La habitación parece salida de una  película  de  James  Bond.  La  heladera  tiene  mínimo  cincuenta  años,  si, heladera,  a  olvidarse  de  un  mini  bar.  El  baño  tiene  baldosas  celestes,  toallas, papelera y una duchita humilde con un solo duchero y sin cortina. Ella sirve Gin del bueno en dos vasos de whisky con hielos sacados de cubiteras individuales. Yo  me  tiro  en  la  cama,  el  colchón  fue  comprado  antes  de  que  yo  naciera, seguro.  Ella  habla  y  yo la  escucho,  hablo  y  ella  ríe,  brindamos,  dos,  tres, cinco  veces.  Voy  al  baño  y  parezco  un  viejo  decrépito  con  problemas  en  la próstata. Ella ríe. Va al baño, prendo la tele, veinte pulgadas, años 80, canales de  aire  y  un  canal  porno  en  el  que  las  minas tienen  mucho  vello  púbico,  VHS con varios años pasado por circuito cerrado seguramente. Pasan dos horas, se nos  termina  el  hielo  de  la  heladera  ruidosa  y  ella  pide  más  por  teléfono,  el viejito   que   viene   a   traerlo   no   entiende   como   esta   chica   sigue   vestida, maquillada y peinada. Seguro que pensó que yo era puto y esto era una farsa para  engañar  a  alguien.  Bebemos  más,  yo  tengo  calor,  me  descalzo,  se  va también  la  remera.  Ella  se  me  sube  encima,  me  besa,  se  saca  la  ropa  y  yo muero  al  verle  las  tetas.  Está  acostada  boca  arriba  cuando  le  levanto  la  ropa interior   con   los   dientes   y   huelo   profundamente   su   conchita.   Sabe   rico, prohibido,  mejor  de  lo  que  imaginaba.  Le  recorro  las  piernas  con  la  lengua, desde  los  tobillos  hasta  llegar  casi  a  los  labios  de  una  concha  que  ya  hervía. Afuera  la  ropa  interior.  La  devoro mientras  ella  agradece  con gemidos y gritos. A la voz de “¡basta!” paro y ocupa mi lugar. Me la chupa tan fuerte  que  creo  que  voy  a  largar  toda  la  leche  que  tengo  de  una  sola  vez, llega incluso a darme un poco de miedo que me lastime, que me deje chupones violetas en la verga.  El espejo  nos  da la  bienvenida  al  acostarnos  boca  arriba.  

Vuelve  la  acción,  la recorro toda con la yema de los dedos y la lengua, la soplo suavecito, la muerdo, no se me para, sigo recorriendola  con  la  boca,  no  se  me para,  le  apreto  las  tetas,  ella  quiere  que  la coja,  me  estoy  meando,  no  se  me para,  me  estoy  meando, no se me para,  me  estoy meando,   paro.   Necesito   parar,   digo,   me   estoy   meando. Ella   suelta   una carcajada,  me  quiere  matar,  yo  quiero  suicidarme  en  el  baño.  Parezco  un camello  meando,  ¿qué  mierda  me  pasa?.  Al  volver  todo  lleva  un  tiempo  para recuperar  el  momento.  Ella  abajo,  toda  adentro,  apenas  un  par  de  minutos, ella arriba me cabalga de frente y espalda, tanta mujer y tanta fuerza me hacen acabar  con  una  mezcla  de  placer  y  vergüenza cinco  o  diez  minutos  después. Descansamos.  Un  poco  de  chocolate.  La  música  de  la  radio  es  muy  buena. Llevamos seis horas en el hotelucho. El sol entra por la ventana, es ese momento del invierno ya agonizante que ofrece frío de noche y mañanas cálidas, llenas de un sol tímido. Nos volvemos a  comer,  yo  acabo,  ella  quería  mas,  quería  coger  de  vuelta, yo no puedo más.  La  pija  no  me responde, está roja, hinchada, satisfecha. 

Un  nuevo  taxi,  arreglados  a  las  apuradas,  directo  al  trabajo. Voy de lentes de sol y campera de cuero, el tachero me habla pero no sé lo que dice, no me importa, no quiero pensar, miro a la gente en cada semáforo en rojo, ¿de dónde vendrá cada uno? ¿se me notará mucho que no dormí y que pasé la noche cogiendo? Recién  terminó  y ya quiero repetir. Bajo del taxi, me dice “niño” y ríe. La quiero agarrar y dejarla exhausta  por  haber  hecho  ese  comentario,  acabar  una  vez  y  que  ella  acabe cincuenta. 

Entro al trabajo, marco 9.35, tarde, rojo y torcido, pero satisfecho.

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