miércoles, 20 de mayo de 2015

La Doctora

Recomendado para tomar mientras se lee este cuento: Café grano Arabic recién molido, filtrado con papel, con azúcar y unas gotas de licor Kahlúa.

Laura, en el entorno de los cuarenta años, morocha, mirada profunda, tetas del tamaño de mi mano, perfectas, zapatos de taco, consultorio moderno.

Hace algunos meses me lastimé jugando al fútbol, una patada desafortunada me complicó mucho la uña de un dedo del pié, y Rodolfo, mi médico de cabecera, me recomendó visitar a una podóloga - Es la mejor que conozco, Santino, por lejos, pero además como sé que te gustan las mujeres con sensualidad y personalidad, esas que te ganan y conquistan las dos cabezas, ¿me entendés? - dijo, guiñándome el ojo. Y así llegué al consultorio de Laura, aunque yo le digo “Doctora”. El consultorio de Laura parece sacado de una película, y hay en él suficiente información como para conocerla un poco: algunos cuadros que muestran claramente que ella es madre de dos niños aficionados a los deportes, de un marido con barba perfilada, algunas canas, camisa polo y probablemente médico de profesión, que a Laura le gusta la playa y sobre todo las piscinas, un pequeño frasco de Oui! demuestra que está en los pequeños detalles, y principalmente que es una mujer seductora, tanto por naturaleza como por elección, característica que intensifican su bolso Louis Vuitton y la bolsa de papel Stiletto semi-oculta debajo del escritorio. Me llevó apenas algunos minutos sentirme profundamente atraído por ella, por su cuerpo, su estilo y por su mirada, así como por la forma de hablar y sonreír. Mientras hacía su trabajo y me contaba sobre un viaje al Caribe, yo la imaginaba de corsé y portaligas, de rodillas sobre la camilla mirándome fijamente, siempre sin sacarse los tacos.

Después de la tercera o cuarta sesión me dijo - ¿Sabés que me podés decir Laura, no? No necesitás decirme Doctora, me hace sentir más vieja que vos que tenés casi mi edad me digas doctora - Me tomé unos segundos para responder, la miré a los ojos, sentí como la piel se me erizaba al mirarla, y contesté - Sé que te puedo decir Laura, pero decirte Doctora me resulta mucho más atractivo, es más, por momentos disfruto hasta de hablarle de Usted, doctora, ya que denota el respeto y el color de esta relación que tanto disfruto - Se sonrió, mirándome algunos segundos en silencio, y no dijo más nada.

Un Jueves de calor insportable llegué al consultorio, y Laura tenía el aire acondicionado en modo “Polo Norte”, como le dije al entrar. - Mirá, no sé si soy yo que al pasar los cuarenta rompí mi termostato interno o qué, pero no puedo más del calor, estoy hirviendo - dijo, y yo no sé si ya estaba así cuando entré o se lo generó mi propia excitación al verla, pero los pezones de la doctora, erizados, demostraban sus propias reacciones al clima. No tenía puesta la bata blanca y al agacharse a buscar algo en un cajón pude descubrir, notoriamente sorprendido, que usaba ropa interior minúscula. Mi reacción no tardó en notarse, y al acercarse ella a la camilla dirigió su mirada a mi entrepierna, que estando cubierta simplemente por un pantalón deportivo y un bóxer de lycra dejaban en evidencia mi robusta excitación.

En el consultorio tenemos que hacer todo en silencio, ya que la secretaria disfruta mucho de los chismes y la idea de que un escritor de cuentos degenerado y nocturno cumpliera varias fantasías sobre la camilla con su mujer no le iba a gustar nada al marido de Laura. En mi casa, o en algún hotel, la historia es completamente otra: a Laura le gusta gritar, gemir, gruñir y morderse los labios como a ninguna otra mujer, y siempre perfumada, perfilada, depilada y de tacos.

Hace más de dos meses que mi dedo del pie está absolutamente curado, pero por el momento nadie sospecha nada. Ya llegará el momento de tener que jugar al fútbol otra vez… y de recibir “inesperadamente” una patada.