lunes, 15 de agosto de 2016

Sin Límites (La Libertad)

Recomendado para tomar mientras se lee este post: Café arábiga con cocoa en polvo, sirope de chocolate y un poquito de leche condensada.

Jérome era el tallerista de expresión plástica en el secundario Antonio Machado, de donde además era ex-alumno. Tosco, robusto y con cara de malo, aquél artista que disfrutaba de la docencia era en esencia un ser amable y apasionado, por el arte y por las mujeres. A las mujeres también les gustaba Jérome, principalmente les gustaba abrazarlo y así sentir la rudeza de sus manos toscas, la aspereza de su barba y la intensa masculinidad del perfume Paco Rabanne que siempre acompañaba el calor de su cuello. Clarisse estudiaba en el Antonio Machado y asistía al taller de expresión plástica con asiduidad ya que se erizaba toda cada vez que el profesor la saludaba con un abrazo o se le acercaba a hablarle, a pesar de que no le gustaba pintar y de que tenía un novio muy celoso. 

En alguna charla casual, de esas que se dan compartiendo un cigarro luego de clases, habían conversado un poco sobre sexo, pero después por varios meses no se vieron y el tema no había aparecido. Él había pasado el tiempo experimentando hasta el extremo todos los colores de la sexualidad y ella se cruzó luego de cumplir los 18 con la oportunidad de hacer lo mismo.

Poco tiempo después se encontraron jugando con las palabras, ella recorrió las palabras de él, de a poco, sin apuros, disfrutando cada segundo, cada cambio de intención, sintiendo como la piel se le erizaba de a poco, como los poros reaccionaban, como la temperatura aumentaba y la humedad la poseía por completo, apretando los muslos con pequeños espasmos que llenaban de consquillas su interior. 

Él había deseado muchas veces poder besarla desde los tobillos hasta el cuello, recorrerla con la punta de la lengua y la yema de los dedos. Comenzar en su boca con besos que regalen pasión, moverse a las orejas, al lóbulo de las mismas, bajar al cuello y a los hombros, redondear sus pezones con los dedos para lamerlos después, recorrer el borde de las tetas, llegar a la cadera, rodear el ombligo, bajar por los muslos a las rodillas, las pantorrillas y los tobillos, besarle los tobillos para después agarrarlos entre sus manos fuertes, separarle las piernas, subir con besos y pequeños soplidos, recorrerla con la punta de la lengua y llegar a aquella concha rosada, olerla de cerca…

Él lo había deseado muchas veces, y ahora la tenía enfrente, a su merced… Se alejó, y ella pudo observar la excitación que estaba generando en él, pudo deleitar la vista con la tosca verga de su antiguo maestro, por lo que se calentó mucho más, se empapó, no pudiendo evitar que su conchita palpitara como la pequeña boca de un pez. Sus ojos se centraron en la pija de él, gruesa, muy gruesa, que pulsaba deseosa de hundirse en ella, soltando una pequeña gota brillante como demostración del deseo generado, entonces le buscó la mirada transmitiendo sus ganas de sentirlo cerca. Él entendió y con la lengua bien ancha la lamió desde abajo hacia arriba, para después hacer todo tipo de movimientos entre sus labios, en torno a su clítoris que reaccionaba a cada provocación. Luego se unió uno de los toscos dedos de él, recorriéndola por dentro y fue recibido por el primer orgasmo, que no tardó en ser alcanzado por el segundo y éste por el tercero. La boca y la lengua de él fueron receptoras de dichas acabadas, por lo que se excitó más, ella lo notó y se calentó el doble, empapándose y multiplicando en él las ganas de comerla y saborearla.

Cogeme, por favor” balbuceó ella luego de 10 o 12 orgasmos seguidos. Aquella pija palpitante se hundió de un solo golpe hasta el fondo para luego salir entera y quedar suspendida en el aire frente a la empapada boquita de pez. No hubo reglas, sólo placer puro y liberado, complicidad y luego discreción. 

Él lo había deseado muchas veces, había fantaseado y ahora había tenido la invaluable oportunidad de cumplirlo. Ella se había calentado leyendo y había fantaseado también, mirándolo a los ojos y oliendo su perfume. Ahora ambos habían encontrado alguien con quien poder jugar libremente, en secreto y sin límites. Jugar sin decirle a más nadie, sin Facebook, sin diario íntimo, una relación llena de juego y fuego, de licores prohibidos, pasión y felicidad plena, de esa que hace que valga la pena levantarse un lunes para ir a trabajar.

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