martes, 12 de julio de 2016

Cidade Maravilhosa

Recomendado para tomar mientras se lee este post: Café con whisky y un jugo natural de naranja.

Normalmente no me gusta aceptar actuaciones en clubes bailables, la gente suele estar para otra cosa y además, tocando de madrugada como casi siempre, aparte de estar para otra cosa está pasada de alcohol, o de cosas más fuertes. Normalmente no me gusta aceptar, pero aquella noche, aunque no me gustaba acepté, en parte por una fuerte corazonada y mucho más aún porque la paga era muy buena.

Enfundé el bajo, llamé un taxi y me fui para el club, dispuesto a exigirle a la noche lo mejor que tuviera para darme.

Pasaron apenas unos 25 minutos, cuando noto que desde la pista dos infiernos convertidos en mujeres miran y provocan al hijo de puta del saxofonista, eje de miradas, comentarios y fantasías lascivas de la mayoría del público de cada lugar al que vamos a tocar. La corazonada se convierte entonces en realidad, el corazón me palpita fuerte y la verga me pide acción, tomar cartas en el asunto, redirigir esta historia. Toco el bajo fuerte, me desarmo los dedos jugando de forma salvaje con las cuerdas, pero poca gente nota el bajo en una banda, y en ocasiones ni siquiera toman nota del bajista.

Un par de horas después me llevan a chocar con la imagen de una de las chicas chuponeando deliciosamente con el puto saxofonista, mientras que la otra parece desprender fuego por la nariz. Me propongo de una vez y con todas mis armas cambiar el rumbo de esa noche: teléfono en mano, me tiro a hacer lo que mejor sé hacer.

A algunos kilómetros del club, en una lujosa mansión alejada, con piscina, decenas de habitaciones y hasta helipuerto, el télefono de mi amigo Lalá suena insistentemente. Luego de algunos minutos, el gordo en sunga floreada atiende y me asegura poder llevar adelante mi plan. Acto seguido, creo un par de imágenes y eventos en las redes sociales y, de la nada, invento una supuesta megafiesta a la que la banda tenía que asistir. 

El resto de la historia de como llegamos a la mansión es simple, un par de amigas con mucho lomo (no tanto como las dos de la pista, que resultaron ser extranjeras) que me siguieron el juego, la banda que luego de varios tragos iba a cualquier lado, un viejo DJ amigo y las extranjeras, que al ver que lo de la fiesta iba en serio se subieron a nuestra van.

En el camino hacia la mansión las devoré con la mirada y la mente, aunque creo que en ese momento todavía no se habían percatado. Las desnudé, las recorrí con manos y lengua, las manoseé, mordí, lamí y chupé. Jugué con la yema de los dedos a erizarlas de pies a cabeza, para pajearlas antes de ni siquiera sacarme el jean, y cuando estaba en lo mejor de la fantasía llegamos a destino.

Al principio todo el mundo pareció desilusionarse, el gordo Lalá abrió la puerta medio dormido, enfundado tan sólo en la sunga floreada y con un vaso de whisky en la mano, pero apenas un rato después ya todo el mundo se estaba divirtiendo, menos una de las extranjeras que permanecía inmóvil en un sillón con cara de querer que la tierra la tragase. Aguantó poco tiempo más, y se dirigió a uno de los pasillos con intenciones de arrancar a su amiga de los brazos del saxofonista, quien recostado en un sillón la chuponeaba y manoseaba, regodeándose ya en la erección que pensaba calmar en breves instantes dentro de aquella diosa extranjera con deliciosas tetas y maravillosa actitud. Pero la extranjera enojada, a quien voy a llamar V, tomó a la otra, a quien llamaré T, y arrastrándola por el pasillo pretendió retirarse de la fiesta. Entonces aproveché mi oportunidad.

"¿Ya se van?, ¿sin conocer el piso de arriba?"

El piso de arriba tenía de todo para mostrar, pero alcanzó con mostrar la habitación con la cama redonda y el jacuzzi con vista al parque y a la playa privada para que las reglas de aquél nuevo juego quedaran más que claras. Hubo una sola exigencia por parte de V y T, y era que no estarían juntas en la cama, sino que tomarían turnos. El primero fue con V, me moría de ganas de recorrerla toda, de comerle la concha y hacerla acabar no menos de veinte veces en mi boca, de jugar con sus pezones, cogerla con los dedos y mirarla fijo a los ojos al hundir mi gruesa pija en su concha pelada. Cogía como los dioses, y la chupaba todavía mejor. Terminó por pajearme duro y bañar sus tetas con mi leche, para luego relamerla toda y tirarme un beso. Se alejó al baño y T vino conmigo. Que tetas por dios, y que forma de coger, recorriendo posiciones y lugares que ni por asomo se limitaron a la cama. También me sumergí a comerle la concha con pasión, hasta llenarme la boca de orgasmos y el pelo de tirones que me exigían comersela más y más. T optó por desaparecer mi verga en su boca y recibir mi leche directamente para tragarla sin dejar rastro. V volvió del baño, y T ocupó su lugar en el mismo. Esta vez la subí con las piernas en torno a mi cintura, para coger caminando, contra las paredes, puertas, roperos y la entrada al baño, compartiendo sus gritos y gemidos hacia adentro, donde T se empapaba haciendo uso personal de semejante concierto sonoro. V se tiró en el sillón y T vino por su revancha personal, que fue en cuatro, con tirones de pelo, sexo duro y aquél maravilloso par de tetas balancéandose y provocando mi fuertísima eyaculación sobre su espalda.

Al dejar la habitación y bajar encontramos al saxofonista con la cara maquillada cual mimo, toda cubierta de polvo blanco, mientras éste le magreaba el culo a una de las dos lesbianas que se chuponeaban y mordían con violencia.


Las extranjeras se fueron en un taxi y yo me tiré a dormir, desnudo, en la playa privada, con el Lalá en sunga a escasos metros que metiéndose en el agua cantaba "Cidade... maravilhosa... cheia, de encantos mil..."

Gracias V y T, gracias por una muy buena noche.


lunes, 4 de julio de 2016

Onírica

Recomendado para tomar mientras se lee este post: Café negro, con crema batida, chocolate rallado y Jack Daniels.

No sé cómo terminé ahí con Maitè, sólo puedo recordar la dulzura y el 
inmenso placer que me generaba ese momento: pero únicamente en ese 
momento, ahora me genera tristeza, nostalgia, deseo de repetición. 
Maitè recostada con la cabeza en mi hombro, mi nariz y mi boca juegan con 
sus pezones, ella toda transpirada, tranquila, desnuda. Mis manos recorren su 
piel caliente con tranquilidad, con la paciencia de un experto que sabe cómo 
lidiar calmo con una bomba, mis dedos la recorren por fuera y por dentro. De 
pronto el soul invade el espacio… Un piano entre melancólico y sugerente 
acompaña la escena perfectamente, mientras Rachel Ferrell canta con mucha 
sensualidad que ella “puede explicarlo”. Maitè se retuerce, tranquila, 
disfrutando cada minúsculo rincón del espasmo que la visita, se muerde los 
labios, aprieta los ojos, los relaja mientras la cantante gime y el piano se crispa, 
los abre y me mira con la respiración entrecortada, me muerde y vuelve a 
recostarse.  
Hace tiempo que no comparto un rato tranquilo con ella, o una charla 
profunda, personal. No sé si encontró el amor, no sé si es feliz, me importa, lo 
juro que me importa. Siento que el momento cura mis penas, rejuvenece mi 
alma, todo es obsesivamente perfecto. La humedad de su femineidad mas 
privada, su calor, el sabor de mis dedos al llevármelos a la boca, sus pechos 
erizados, las gotas de sudor que bajan por su cuello y que contrastan con la 
dulzura que anteriormente dejó en mi lengua… Tras el tercer orgasmo la 
morocha gira y se sube a mi pierna, la monta y se masturba despacio, me usa, 
me ignora,  soy simplemente un instrumento a través del cual está 
encontrando placer y eso me gusta, me calienta, no hay “porqués” en este 
juego, no hay reglas, la confianza y la libertad son el casal de reinas lesbianas 
 que rigen el feudo de la cama de Maitè. Nota mi calentura después de acabar 
dos o tres veces seguidas, pero no para, me agarra fuerte de la base de la verga 
y me masturba lento pero apretado, desde abajo hasta la cabeza, gime, gruñe, 
pareciera que todo mi ser se hunde en su interior y que la lleno 
completamente por dentro, entra en una especie de trance, me coge la pierna 
y cae desfallecida sobre mi pecho mientras la respiración se me corta y veo 
puntos blancos en una oscuridad prácticamente absoluta. No hay juicios de 
valor, somos un dúo perfecto del placer y la lujuria que no necesita excusas.  
Esperanza Spalding entona “I Know you know” y el destino demuestra 
ferviertemente estar jugando con nosotros, la miro y le digo con los ojos que 
me puede, que genera cosas en mí únicas, perversas y mágicas 
simultáneamente, que quiero volver a jugar, que sin dudas el mundo es un 
mejor lugar después de un encuentro con ella. Me despido calmo por fuera, 
pero sintiendo la insoportable necesidad de pasar horas recorriéndola, no 
contengo las ganas de decirle que me encanta.  
Erykah Badu canta “Didn’t Cha Know” mientras camino por la noche 
montevideana y en mi mente resuena el aroma intenso de Maitè.