Recomendado para tomar mientras se lee este cuento: Café acompañado de un habano Café Cremme
La
botella de ron reposaba calma a la vista y ansiosa por dentro, aguardando un
final multiorgásmico para la edición que por largas noches se había extendido.
La editora bajó un poco los lentes hasta llegar casi a la
punta de la nariz y mordisqueó inconscientemente el lápiz maltratado. El ruido
del subrayado se escuchaba claro, como un avión cortando el aire de la noche,
entonces, ansioso, el reloj marcó la una y media. Habían hecho un trato: por
cada cuento que a ella le fascinara se quitaría una pieza de ropa, y por cada
uno que no la convenciera y necesitara ser modificado, él debía desprenderse de
una prenda, pero no podían tocarse, estaba estrictamente prohibido. Él siempre
fue un macho alfa, llevando las instancias de encuentro con diversas mujeres
hacia donde tenía ganas, pero la editora era distinta, lograba dominarlo y
hacer con él prácticamente todo lo que quería. Las agujas del reloj marcaron
firmemente las dos de la mañana, quedaban pocos cuentos y poca ropa. Él
permanecía sentado en el suelo, recostado contra el respaldo de la cama, apenas
vestido con un bóxer negro. Ella, sentada y con la mirada fija en las hojas,
llevaba una tanga negra y los lentes, además de pendientes y una pulsera. La
mirada del escritor no se movía de aquellos pezones que se mostraban deliciosos
a la luz de la lámpara. El bóxer, hinchado, parecía rezar hacia el cielo que el
siguiente cuento no gustara y así liberar a la bestia que desde adentro lo
empujaba.
Los cuentos quedaron marcados para siempre, con correcciones a lápiz, comentarios al pie de página y otras marcas, mucho mas interesantes, pasionales y primitivas, que expresaban mucho mas que cualquier cúmulo de palabras. Ahora, ante cada instancia de edición, él deja algunos cuentos con errores buscados y ella simula encontrarlos de casualidad, para corregirlos después y marcarlos con huellas que sólo ambos pueden entender.