No sé cómo terminé ahí con Maitè, sólo puedo recordar la dulzura y el
inmenso placer que me generaba ese momento: pero únicamente en ese
momento, ahora me genera tristeza, nostalgia, deseo de repetición.
Maitè recostada con la cabeza en mi hombro, mi nariz y mi boca juegan con
sus pezones, ella toda transpirada, tranquila, desnuda. Mis manos recorren su
piel caliente con tranquilidad, con la paciencia de un experto que sabe cómo
lidiar calmo con una bomba, mis dedos la recorren por fuera y por dentro. De
pronto el soul invade el espacio… Un piano entre melancólico y sugerente
acompaña la escena perfectamente, mientras Rachel Ferrell canta con mucha
sensualidad que ella “puede explicarlo”. Maitè se retuerce, tranquila,
disfrutando cada minúsculo rincón del espasmo que la visita, se muerde los
labios, aprieta los ojos, los relaja mientras la cantante gime y el piano se crispa,
los abre y me mira con la respiración entrecortada, me muerde y vuelve a
recostarse.
Hace tiempo que no comparto un rato tranquilo con ella, o una charla
profunda, personal. No sé si encontró el amor, no sé si es feliz, me importa, lo
juro que me importa. Siento que el momento cura mis penas, rejuvenece mi
alma, todo es obsesivamente perfecto. La humedad de su femineidad mas
privada, su calor, el sabor de mis dedos al llevármelos a la boca, sus pechos
erizados, las gotas de sudor que bajan por su cuello y que contrastan con la
dulzura que anteriormente dejó en mi lengua… Tras el tercer orgasmo la
morocha gira y se sube a mi pierna, la monta y se masturba despacio, me usa,
me ignora, soy simplemente un instrumento a través del cual está
encontrando placer y eso me gusta, me calienta, no hay “porqués” en este
juego, no hay reglas, la confianza y la libertad son el casal de reinas lesbianas
que rigen el feudo de la cama de Maitè. Nota mi calentura después de acabar
dos o tres veces seguidas, pero no para, me agarra fuerte de la base de la verga
y me masturba lento pero apretado, desde abajo hasta la cabeza, gime, gruñe,
pareciera que todo mi ser se hunde en su interior y que la lleno
completamente por dentro, entra en una especie de trance, me coge la pierna
y cae desfallecida sobre mi pecho mientras la respiración se me corta y veo
puntos blancos en una oscuridad prácticamente absoluta. No hay juicios de
valor, somos un dúo perfecto del placer y la lujuria que no necesita excusas.
Esperanza Spalding entona “I Know you know” y el destino demuestra
ferviertemente estar jugando con nosotros, la miro y le digo con los ojos que
me puede, que genera cosas en mí únicas, perversas y mágicas
simultáneamente, que quiero volver a jugar, que sin dudas el mundo es un
mejor lugar después de un encuentro con ella. Me despido calmo por fuera,
pero sintiendo la insoportable necesidad de pasar horas recorriéndola, no
contengo las ganas de decirle que me encanta.
Erykah Badu canta “Didn’t Cha Know” mientras camino por la noche
montevideana y en mi mente resuena el aroma intenso de Maitè.
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